domingo, 27 de julio de 2014

Paul Washer y su mensaje atacado por el mundo


Territorio de Israel

 Lo que se conoce hoy como Palestina, es la región histórica situada en la costa oriental del mar Mediterráneo, al suroeste de Asia, y actualmente dividida en su mayor parte entre Israel, los territorios de Cisjordania, la Franja de Gaza y Jordania. 
Su extensión ha variado en gran medida desde la antigüedad.  La región tiene un terreno muy diverso que se divide generalmente en cuatro zonas paralelas.  De Este a Oeste está la llanura costera, las colinas y montañas de Galilea, Samaria y Judea, el valle del río Jordán, que separa Cisjordania y Transjordania, y la meseta oriental.  En el extremo sur se halla el desierto de Néguev.
La altura de sus elevaciones varía entre los 395 metros bajo el nivel del mar en las costas del mar Muerto, el punto más bajo de la superficie terrestre, y los 1.020 metros de la cumbre del monte Hebrón.  La región tiene varias zonas fértiles que constituyen su principal recurso natural.  Las más notables son la llanura de Sharon, a lo largo de la parte septentrional de la costa mediterránea, y la llanura de Esdrelón, un valle situado al Norte de las colinas de Samaria.  El abastecimiento de agua de la región es pobre y la lluvia escasa.  El río Jordán, es su único cauce y fluye hacia el sur a través del lago Tiberíades, el único lago de agua dulce de la zona, hasta el mar Muerto, de gran salinidad.
El nombre de Palestina está mencionado sólo en cuatro ocasiones en la Biblia.  Pero como a diario las noticias la mencionan, vale la pena que investiguemos su origen.  La palabra misma se deriva de “Plesheth”, nombre que aparece con frecuencia en la Biblia y que se traduce como «filisteo».  Sin embargo, los antiguos filisteos no eran árabes, ni siquiera semitas, sino que estaban más estrechamente relacionados con los griegos procedentes de Asia Menor.  La palabra Palestina, originalmente identificaba la región como «la tierra de los filisteos», una tribu guerrera que habitaba gran parte de esa área junto con el pueblo hebreo, pero el nombre más antiguo de esta región no era Palestina, sino Canaán, y es el término más usado en el Antiguo Testamento con respecto a esta parcela de tierra.
La historia de Palestina se complica por las muchas culturas diferentes y civilizaciones que florecieron en la región.  La primera referencia histórica a los habitantes de Canaán, la encontramos en Génesis 10: 15-18 y dice: “Y Canaán engendró a Sidón su primogénito, a Het, al jebuseo, al amorreo, al gergeseo, al heveo, al araceo, al sineo, al arvadeo, al zemareo y al hamateo; y después se dispersaron las familias de los cananeos”.
Canaán, el hijo de Cam y nieto de Noé, fue el progenitor de la mayoría de los habitantes de ese territorio.  Esto incluye a Sidón, padre de los fenicios; a Het, de los heteos o hititas y de los jebuseos que vivían en las cercanías de Jerusalén; a los amorreos en las colinas; los gergeseos; los araceos en Arac de Fenicia; los sineos de la costa norte de Líbano; los arvadeos; los zemareos de Sumra y los hemateos de Hamat.  La historia de esta región ganó significado con el principio del periodo bíblico, pero estaba habitada por otras culturas antes de que Abraham y su familia llegaran allí.
Canaán se convirtió en la Tierra Prometida
     El primer lugar en las Escrituras donde se declara que Abraham es el legítimo propietario de la Tierra de Israel es en los capítulos 12 y 13 de Génesis.  Allí está relatado cómo Abraham fue llamado por Dios para ir desde Harán, en el norte de Mesopotamia, hasta la tierra de Canaán: “Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente.  Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (Gn. 13:14, 15).  De Abraham procedería una nueva familia, la nación de Israel, y la intención de Dios era usar a un descendiente de Abraham como Salvador del mundo.
Esa promesa de Dios a Abraham, repetida múltiples veces en toda la Biblia, dio base a la nación judía en Israel.  Ese pacto estableció el primer gobierno teocrático entre el Creador y los hombres.  Fue un pacto incondicional, dependiendo únicamente del Señor y representa un aspecto esencial en todos sus planes para la humanidad, incluyendo la salvación.  Su promesa, tal como está registrada en Génesis 12:1-3, contiene cuatro áreas de bendición:
1.  “Y haré de ti una nación grande,
2.  “Y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición”,
3.  “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré;”
4.  “Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:1-3).
Cuando Dios hizo ese pacto con Abraham, entregó la tierra de Canaán a sus descendientes como posesión eterna.  “Y le dijo: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra” (Gn. 15:7).  Abraham dio un gran paso de fe en aceptación de esa promesa, ya que no tenía hijos en ese momento.  Sin embargo, él y su esposa Sara tuvieron a Isaac.  Dios prometió bendecir a Isaac, según la promesa o pacto que hizo con Abraham y consecuentemente a todos sus descendientes.
No obstante, la tierra de Israel lo cual incluye a lo que hoy se conoce como Palestina claramente pertenece a Dios, quien declaró: “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo” (Lv. 25:23).  Son incontables los pasajes de la Escritura que proclaman esta verdad.
Canaán se convierte en la Tierra Prometida
     Después del éxodo desde Egipto, probablemente en el siglo XIII a.C., o tal vez en una época anterior, los hijos de Israel se establecieron en el territorio de Canaán.  Allí integraron la primera confederación de tribus, posteriormente los reinos bíblicos de Israel y Judá, y luego el reino posbíblico de Judea.  En los tiempos bíblicos el nombre de esa región no era Palestina, sino que en el Antiguo Testamento se le llama “la tierra de Israel”.
Por mil quinientos años, desde Josué hasta el Señor Jesucristo, el territorio se llamaba Israel, pero todo esto cambió después que los romanos deportaron a los judíos.  En el año 135 de nuestra era, Adriano y sus tropas se abrieron paso a través de Jerusalén y sembraron sal en sus surcos.  Fueron ellos quienes cambiaron su nombre de Ciudad Santa a «Aelia Capitolina» y la llamaron la «Tierra de Palestina», por el nombre de los antiguos enemigos de Israel, los filisteos.
Los turcos otomanos conquistaron el territorio en el año 1517, y durante los cincuenta años siguientes enviaron trescientas mil personas para que se establecieran allí, y edificaran comunidades.  Si los turcos hubieran tenido éxito estableciendo comunidades, granjas, negocios, etc, entonces para 1947, el territorio habría estado completamente ocupado por los gentiles, y los judíos que retornaban no habrían podido convencer a las Naciones Unidas para que les entregaran su tierra natal.  Menachem Kohen, un rabino ortodoxo de Brooklyn cuenta la increíble historia en su libro Profecías para la era del terror musulmán.  Dice:«Esto es bien lógico, y lo más importante es que esta condición de desolación produjo un tremendo beneficio.  Precisamente porque el territorio no podía proveer para esos que vivían en él - por lo tanto el área permaneció libre de extranjeros.  El Tora oral - o Talmud - dice que la extensa devastación tendría un efecto positivo - tal como está indicado en la profecía, ya que está declarado en Sifra, B’chukotai 6:5: ‘La desolación desenfrenada es finalmente para tu beneficio... Los enemigos que moren en él serán totalmente improductivos.  Esto significa que incluso sus enemigos que llegaren después de eso no encontrarán consuelo allí’.  La prolongada sequía haría que los judíos regresaran al territorio más fácilmente».
Después que los judíos regresaron y empezaron a cultivar el suelo y a devolverle su productividad, los árabes asimismo comenzaron a establecerse allí.  Kohen escribe: «Antes del siglo XX, ni un solo visitante a la tierra santa reportó jamás haber visto una población nativa árabe significativa viviendo en Israel.  Como mencioné se notaba la presencia de nómadas.  También se observaban miles de judíos.  Pero ningún turista jamás notó la presencia de una población árabe numerosa allí.  Simplemente declararon, que no muchos árabes residieron jamás allí en una base permanente.  Ciertamente bajo estas circunstancias, los árabes no podían haber estado conectados nunca a la Tierra Santa.  Algunos árabes pasaban temporalmente por allí, otros permanecían por un breve periodo como nómadas, pero jamás se supo de ninguna entidad árabe o musulmana que estuviera conectada al territorio.  Vimos reportes de testigos en diferentes periodos, que decían: La Tierra Santa está totalmente desolada; algunos nómadas y beduinos vivieron allí y decenas de miles de judíos.  Escuche al pueblo que conoce mejor al que vivió hace cien o ciento cincuenta años, el pueblo que fueron los testigos, y quienes afirmaron que la presencia de una población árabe nativa nunca fue notada’.
     Los líderes musulmanes que vivían en Palestina remitieron una declaración oficial a la Conferencia de Paz que se celebrara en 1919 en París, una reunión de los Aliados después del armisticio para acordar las condiciones de paz con los países de las Potencias Centrales, la conferencia para esculpir el imperio otomano como consecuencia de la I Guerra Mundial.  Este fue el tiempo de hacer uso de todos los reclamos legítimos.  No habría una segunda ocasión.  De hecho, ésta fue la conferencia que creó los acontecimientos para la creación final de 22 países árabes.  Fue la conferencia en donde los líderes árabes declararon que no tenían ataduras con la Tierra Santa.  Preste atención cuidadosa a las palabras de ellos: ‘Los árabes que estamos viviendo en Palestina nos consideramos como sirios por nacionalidad, religión, lingüística, naturaleza, economía y vínculos geográficos’.
     Estas fueron las palabras de los líderes musulmanes en 1919 y fueron presentadas de una manera calculada y deliberada.  ¡Las palabras fueron preparadas cuidadosamente, a fin de presentarle al mundo la doctrina oficial árabe musulmana!  La declaración contiene muchos adjetivos, y tomados juntos, enfatizan que no hay tal cosa como una entidad ‘Palestina Árabe’ y que no hay entidad árabe o musulmana con vínculos a la Tierra Santa’.
     De hecho, el censo de 1931 reveló que los árabes palestinos reportaron 23 lenguajes nativos diferentes y 20 diferentes países de origen.  Ellos acababan de llegar.  No hay idioma palestino, porque no hay nación Palestina, y nunca hubo.  Los judíos están unidos a Palestina desde tiempos inmemoriales, y los árabes y musulmanes a Siria, Arabia Saudita o algunos otros países árabes o musulmanes.  Consecuentemente, los británicos no incluyeron a Jerusalén en los territorios que serían asignados a los árabes.  Henry McMahom, como su principal negociador declaró: ‘No había lugar... de suficiente importancia... además del sur de Damasco, al cual los árabes le atribuían importancia vital’.  En 1937 la Conferencia Real Británico Palestina, lejos de ser una entidad en favor de los judíos, reportó que ‘Era tiempo, seguramente, para que la ciudadanía palestina fuera reconocida por lo que es, como sólo una fórmula legal desprovista de significado moral’.
     Para finales de mayo de 1947, el representante del alto comité árabe ante las Naciones Unidas hizo eco a la misma posición árabe tradicional cuando hizo esta declaración oficial y formal ante la asamblea general: ‘Es de conocimiento común que políticamente, Palestina es nada’.
     Preste atención a estas palabras, ‘Palestina es nada’.  Palestina no tiene valor o significado alguno para los árabes.  A finales de 1947, incluso los seiscientos mil árabes que se encontraban en Palestina - no estaban en ninguna forma conectados a la Tierra Santa”.  Por lo tanto, ¿dónde están los millones de refugiados palestinos que aseguran que hay?  ¡Sencillamente no existen!
El primer congreso Sionista
     Por otra parte, en 1897 Theodor Hertzl llegó a la conclusión de que los judíos nunca serían aceptados en el mundo gentil, aunque fuesen ciudadanos leales.  También se convenció, por la larga y trágica historia del antisemitismo, que no había un lugar en que los judíos pudieran estar a salvo.  Él presentó su caso ante los líderes judíos en Europa, acerca de la necesidad de encontrar un hogar nacional para el pueblo israelí.  La idea llegó a ser conocida como Sionismo - nombre que se le dio por el monte de Sion en Jerusalén.
Finalmente un grupo de israelíes captó la visión de Herzl.  Convocaron su primera reunión en 1897 en la ciudad de Basilea, Suiza, llamándose a sí mismos sionistas.  En ese tiempo ellos estaban dispuestos a aceptar cualquier territorio en el que pudieran establecer un estado.  Incluso le pidieron a Inglaterra que les permitieran instituir el hogar judío en Uganda, una colonia británica.  Inglaterra negó la petición, sugiriéndoles que en lugar de eso, deberían mirar hacia su hogar ancestral de Palestina.  En ese tiempo, como ya mencionara, Palestina era una parte abandonada del imperio turco otomano con sólo unos pocos habitantes.
Animados por las sugerencias de Inglaterra, comenzaron a emigrar a ese territorio.  La emigración era lenta en el principio.  Muchos judíos europeos se habían acostumbrado a la vida más suave y la cultura de las ciudades de Europa.  La idea de establecerse en el territorio agreste, desierto y desolado de Palestina como granjeros pioneros les atraía muy poco.  Las pocas almas que estuvieron dispuestas a ir voluntariamente, fueron ampliamente conocidas por los judíos seculares como «religiosos zelotes».  Además, en este punto de la historia, la civilización europea era más tolerante con los judíos, principalmente debido a sus contribuciones al arte, literatura, medicina y ciencia.  Mientras se mantenían aislados en sus propios barrios, los judíos europeos estaban relativamente seguros y con dinero.  Irónicamente, de todos los judíos en Europa, esos que vivían en Alemania buscaban ser asimilados y ser aceptados como alemanes, no como judíos.
La atracción mística del territorio de Dios para su pueblo antiguo poco a poco llegó a ser cada vez más fuerte, de tal manera que una significativa población judía se estableció allí en los años que siguieron.  En forma sobrenatural, el suelo comenzó a responder a los exilados que regresaban, tal como Dios había prometido que sería: “Por tanto, profetiza sobre la tierra de Israel, y di a los montes y a los collados, y a los arroyos y a los valles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, en mi celo y en mi furor he hablado, por cuanto habéis llevado el oprobio de las naciones.  Por lo cual así ha dicho Jehová el Señor: Yo he alzado mi mano, he jurado que las naciones que están a vuestro alrededor han de llevar su afrenta.  Mas vosotros, oh montes de Israel, daréis vuestras ramas, y llevaréis vuestro fruto para mi pueblo Israel; porque cerca están para venir.  Porque he aquí, yo estoy por vosotros, y a vosotros me volveré, y seréis labrados y sembrados.  Y haré multiplicar sobre vosotros hombres, a toda la casa de Israel, toda ella; y las ciudades serán habitadas, y edificadas las ruinas”(Ez. 36:6-10).
Durante la I Guerra Mundial, un científico británico, el doctor Chaim Weizmann fue responsable del descubrimiento y desarrollo de un método para sintetizar acetona, lo que ayudó a los británicos a desarrollar una nueva pólvora sin humo la cual acortó la guerra de manera significativa.  En gratitud, el gobierno británico se ofreció a garantizarle a Weizmann, una petición.  Weizmann, un líder Sionista, pidió un hogar natal para su pueblo.  Su solicitud resultó en la emisión de la Declaración Balfour, la cual decía:
Oficina de Asuntos Extranjeros
Noviembre 2 de 1917
Estimado Lord Rothschild,
                          Tengo mucho placer en comunicarle, en nombre del Gobierno de su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones de los judíos sionistas, la cual fue sometida a votación y aprobada por el Gabinete:
     El Gobierno de su Majestad ve con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y usará lo mejor de sus esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y la situación política que disfrutan los judíos en cualquier otro país.
     Quedaré muy agradecido si hace que esta declaración sea del conocimiento de la Federación Sionista.
                                      Sinceramente,  Arthur James Balfour.
     Lord Balfour se había convertido en un creyente ávido de la interpretación literal de las profecías bíblicas, debido a la influencia del profundo ministerio de John Darby.  Como resultado, creía que Dios no podía mentirle al pueblo judío cuando les prometió que los llevaría de regreso a su propio territorio y que restablecería el Estado de Israel.  Lord Balfour, con la asistencia de otro miembro del Parlamento llamado Lord Lindsay, quien también creía en las promesas literales de las profecías bíblicas, habían ejercido considerable influencia sobre sus colegas con el fin de obtener su ayuda para tratar de establecer un hogar nacional judío.
En diciembre de 1917, cuando la I Guerra Mundial estaba en lo mejor, los británicos se encontraron a sí mismos en posición para implementar la Declaración Balfour.  En la providencia de Dios, el general Edmund Allenby recuperó a Palestina de manos del imperio otomano - poniéndole fin a cuatrocientos años de gobierno musulmán turco.
A la conclusión de la guerra, la Liga de las Naciones desmanteló el imperio otomano y dividió el Medio Oriente entre dos pueblos, los árabes y los judíos.  Del territorio otorgado a los judíos por la Declaración Balfour en 1917, sólo 20% se le dio a los judíos en 1921.  El resto del hogar nacional judío le fue entregado a los árabes.  Esto se debió a un inesperado furor entre los musulmanes, quienes de súbito descubrieron que el territorio desolado de Palestina tenía un valor infinito.
Derecho Actual
            Estamos viviendo días en que se ve el cumplimiento de la profecía de Jeremías: “He aquí yo los hago volver de la tierra del norte, y los reuniré de los fines de la tierra, y entre ellos ciegos y cojos, la mujer que está encinta y la que dio a luz juntamente; en gran compañía volverán acá.  Irán con lloro, mas con misericordia los haré volver, y los haré andar junto a arroyos de aguas, por camino derecho en el cual no tropezarán; porque soy a Israel por padre, y Efraín es mi primogénito” (Jer. 31:8, 9).  Se están acomodando las fichas para el retorno de nuestro Mesías.  Dios está restaurando a Israel y está trayendo al pueblo judío de regreso a Su tierra con el propósito de restaurarlo para Sí.  Dios ha prometido que ellos serán Su pueblo, y Él será su Dios.  Les dará un sólo corazón y un sólo camino, y hará un pacto eterno con ellos, prometiendo que se quedarán en la Tierra para siempre.

domingo, 6 de julio de 2014

¡ Alá NO es Dios !

En el idioma árabe la palabra Aláh significa "el dios". Es una contracción de la palabra compuesta Al-iláh. Al es un artículo definido, singular, que significa Él y la palabra Iláh que connota el concepto de ‘poder’, ‘de dios fuerte’. En conjunto las dos palabras enfatizan launicidad del todopoderoso dios.
Al-ilháh en su forma contraída de Aláh estaba en uso corriente como uno de los títulos que las tribus árabes paganas daban a un ídolo popular, el dios-luna. Las tribus del tiempo de Mahoma percibían al dios-luna como una deidad masculina.
Es digno de nota que el término Aláhno es una palabra que inventa el profeta del Islam Muhammad (Mahoma), ni que tampoco fue acuñada originalmente por el Corán. Por largo tiempo Aláh era un nombre de uso común y corriente entre las tribus árabes, incluyendo la tribu Quraysh, de la que procedía Mahoma. Aláh pues resulta ser un término pre-Islámico, o sea, anterior al Islam, y al nacimiento de su profeta. Lo prueba el hecho de que la palabra Aláh se ha encontrado repetidas veces en inscripciones arábicas antiquísimas según afirma la Enciclopedia Británica y confirma la Enciclopedia Islámica. Era común que los árabes idólatras añadieran a sus nombres propios la terminación Aláh para eslabonarse o identificarse con el culto al dios-luna. Entre ellos, el padre y el tío de Muhammad(Mahoma). De ahí que el nombre del padre del profeta fuera Abd - Alláh, y el de su tío fuera Obied - Alláh.
Mucho tiempo antes de nacer Mahoma las tribus árabes venían adorando a este Aláh, conjuntamente con otros 360 o más ídolos residentes en el santuario de la Ka´báhoKa´abah en la ciudad de Meca (Makka). Según las creencias paganas de la época, Al-ilah o el dios-luna, estaba casado con la diosa-sol que era percibida por las tribus árabes como una deidad femenina y esposa de Aláh. Las estrellas eran sus hijas. Por cierto, el símbolo de la luna en su cuarto creciente, con las estrellas a su lado, simbolizaba al dios-luna acompañado de sus hijas. Los nombres de éstas eran Al-Lat, Al-Uzza y Monat. Al-Lat, y Al-Uzza son formas femeninas del nombre Aláh. Alrededor de estas tres diosas hijas de Aláh se generalizó un culto que se propagó como pólvora por la península arábica y que era especialmente peculiar de la tribu Quraysh. De dicho culto y su extensión dan fe numerosos hallazgos arqueológicos.
En diversas excavaciones arqueológicas se han encontrado estatuillas del dios-luna en la que se ve la luna en cuarto creciente. Esta fase lunar es la que exhiben en sus banderas nacionales distintos países islámicos y ocupa un lugar prominente en todas o en la mayoría de las mezquitas musulmanas alrededor del mundo. El origen pagano de Aláh, por sí solo, descalifica de cuajo a Aláh como dios viable, aunque como veremos más adelante, ésta no es la única razón para descalificarlo.
Como es sabido, el profeta Mahoma fue criado en la religión del dios-luna. Su familia y su tribu se consideraban a sí mismos descendientes de Ismael y eran además los custodios del culto a Aláh. Las tribus árabes concurrían en masa al panteón en la Ka´báhpara adorar sus dioses. La tribu Quraysh consideraba a Aláh como una deidad mayor o superior y también a las hijas de Aláh. Descansaba además entre los dioses de la Ka´báh la famosa piedra negra o meteorito sagrado, que los árabes tenían como "talismán de buena suerte".
La palabra Ka´báhdesigna la estructura cuadrada o más bien cúbica que hasta el sol de hoy es una estructura sacrosanta para el musulmanismo. Hacia éste cubículo se orientan todavía los rostros de millones de árabes y de muslims de otras nacionalidades en el momento que ofrecen sus rezos cinco veces al día. Los musulmanes creen que Adán construyó la Ka´báh y que posteriormente la repararon Abraham y su hijo Ismael. Sus paredes están forradas exteriormente por un elaborado revestimiento de lienzo negro con bordados de oro. Este lienzo exhibe además frases de caligrafía coránica.
El interior de la Ka´báh está vacío y sólo se entra allí una vez por año cuando le hacen una limpieza ritual. En tiempos modernos vienen todos los años a la Ka´báh millones de peregrinos de todo el mundo islámico. Con ello buscan cumplir el requisito u obligación que les impone el quinto pilar de su religión. El quinto pilar o Jajj(jash) requiere que todo muslim en condición de hacerlo, haga una peregrinación a la Meca (Ma kka) a lo menos una vez durante el ciclo de su vida.
Cuando Mahoma escogió del panteón de dioses de la Ka´abah a Aláh como el dios único, disparó por las nubes el status de este ídolo. De la noche a la mañana Aláh se graduó de ser un ídolo común y corriente, entre muchos otros, al sitial exclusivo de "el dios(al-ilah). Presumo que dicha promoción precipitó la formulación del primer pilar del nuevo credo, o sea, la profesión de fe que hacen a diario millones de muslims y la cual reza: al ilaha il alah ua muhammad rusul alah! Esta declaración de fe que debe hacerse siempre en árabe, significa: "Sólo Aláh es Dios y Muhammad es su profeta" (o apóstol).
Eventual y paulatinamente se hizo necesario ir construyendo un aparato teológico un tanto más estructurado que definiera la nueva fe que ahora tomaba carácter monoteísta, es decir, dirigida a un solo Dios. Dicho aparato siguió afinándose hasta evolucionar como la religión que hoy define teológicamente a más de mil millones de musulmanes alrededor del mundo. Creo que ni los mejores magos de Egipto hubieran podido descifrar qué cosa pasó por el cerebro de Mahoma cuando consintió seguir llamando Aláh, nombre de origen politeísta, al nuevo dios del sistema religioso que acababa de emerger y que suponía ser monoteísta.
Como hemos mencionado, Aláh residía en convivio con otros 360 o más dioses paganos en medio del culto idolátrico que se llevaba a cabo en la Ka´báh desde tiempos pre-islámicos. Competía allí por la atención de los adoradores tribales. Las tribus árabes, particularmente la Quraysh, rendían culto al dios-luna (Aláh) mediante los siguientes ingredientes y procedimientos:
1. El uso del símbolo del cuarto creciente lunar y las estrellas.
2. La oración de cara a la Ka´báh varias veces al día.
3. El peregrinaje una vez en la vida a la Meca (Ma kka).
4. Las siete carreras alrededor de la Ka´báh.
5. El beso y la caricia de la piedra negra.
6. Tirándole piedras al diablo en un arroyo o Wadi.
7. Sacrificando una oveja.
8. Dando limosnas a los pobres.
9. Ayunando durante todo el mes que comenzaba y terminaba con la luna en cuarto creciente también llamado el mes de Ramadán.
Por lo que acabamos de señalar, habrá percibido mi aguzado lector que en el diseño de su flamante sistema religioso Muhammad adoptó el nombre del dios, los símbolos, los ritos y las ceremonias paganas que desde antaño venían usándose en el culto al dios-luna. Semejante sincretismo dio pie para que el teólogo bautista August Strong acertara al decir que el Islam es una especie de "paganismo en forma monoteísta".
Muhammad le puso por nombre Islam a la nueva fe. Islam significa "sumisión" y ciertamente asfixiados viven perennemente los muslámicos bajo el peso de esta "sumisión" que es extrema y severa en demasía. Desdichadamente, no es una sumisión en la que entran por amor sino por miedo. Se asemeja más a una esclavitud de marcha forzada contraria a todas las ansias y a las más altas aspiraciones libertadoras del espíritu humano. En el Islam, Aláh es la personificación misma de una voluntad arbitraria. En contraste, en el cristianismo, la sumisión a Dios es voluntaria y amorosa y la dedica el creyente a un Dios que también es amor. En consecuencia, el acatamiento de la voluntad del Dios Bíblico llega a ser un deleite en vez de una agobiante carga.
No faltan los que erradamente afirmen que el dios del Islam y el Dios de los cristianos son uno y el mismo. Los de esta persuasión afirman que es sólo asunto de semántica, del uso de palabras distintas que significan lo mismo, del empleo de un nombre diferente para el mismo Dios, que al fin y al cabo todas las religiones monoteístas adoran al mismo Dios.
Creemos que esta es una de las más monumentales falacias inventadas por el ingenio del mal. Desgraciadamente su éxito de propagación ha sido fenomenal y universal. De lo que no se percatan los que así piensan es, que precisamente, la diferencia entre Jehová y Aláh es piedra de toque entre el cristianismo y el islamismo y donde primero tienen el encontronazo frontal sus enormes diferencias. Pero mirando la cuestión objetivamente, no será difícil colegir que el Aláh del Qu´rán, no es el mismo Dios que proyecta la Biblia. Aláh jamás puede ser "El Gran Yo Soy" que proclaman los sagas hebreos, ni el Dios a quien Jesucristo llamara Su Padre, y con quien reclamara identidad o co-igualdad. Más ancha todavía se haría esta grieta si comparáramos los atributos que el Corán confiere a Aláh con los atributos que la Biblia adjudica a Yahwéh, Yavéh, o Jehová.
Por ejemplo, nos dicen los arabistas e islamólogos que Aláh no es siquiera un nombre sino una "designación" de la deidad. Esto se debe a que Aláh no es una persona. El Dios de la Biblia, por su parte, sí que es una Persona, divina, y sí que tiene nombre propio. Su nombre es Yahwéh o Yavéh, tal vez Javéh, como lo representa su tetragrama hebreo formado por las consonantes Y H W H. Se trata del Nombre de "El Gran Yo Soy", Jehová. El Aláh del Corán, al ser un dios impersonal, en el análisis final hace imposible que uno se le acerque siquiera o que pueda empezar a comprenderlo. Según la teología musulmana Aláh es tan y tan trascendente que llega a ser inconocible. En contraste, el Dios de la Biblia es un Dios que a la vez de trascendente se hace también accesible al hombre, lo llama su amigo, como lo hizo Jehová con Ibrahim el Halil(Abraham el "amigo de Dios") (Is. 41:8; Stg. 2:23). Jehová es un Dios que condesciende a dialogar cara a cara con sus amigos. El caso de Moisés en la escena de la zarza ardiente ilustra esto hasta la saciedad (Ex. 3:1-22). De dulce recordación es también la íntima conversación entre Jesús y sus discípulos en la que éste les dice:"Vosotros sois mis amigos" (Jn. 15:13-15). El Yavéh o Jehová Bíblico es por consiguiente un amigo del hombre y se hace accesible y conocible a éste.
De proseguir contrastando al Dios de la Biblia con el Aláh del Corán encontraríamos:
1) Que los llamados 99 atributos de Aláh se dan sólo en forma negativa, o sea que únicamente declaran lo que Aláh no es. Quedan sin embargo en falta al no declarar de manera positiva lo que Aláh es.
2) El dios del Corán escoge a la sirvienta Hagar y a su hijo Ismael para entrar en un pacto con ellos, mientras que el Dios de la Biblia, para pactar, escoge al patriarca Abraham y a su hijo Isaac.
3) En la Biblia Dios es un Dios de Amor. Por cierto, 1 Juan 4:8 va más allá al afirmar que "DIOS ES AMOR". Por lo que se ve, la idea va más lejos que el mero hecho de que Dios ame porque esto es sólo su mínimo. El concepto aquí se ha estirado a su máximo para mostrar que la esencia misma de Dios es amor. Descorazona estudiar el Corán y percibir que el amor no es necesariamente una característica esencial ni principal de Aláh. Aláh fracasa al no proyectarse como alojando en su pecho sentimientos de cariño o de apego hacia la criatura. Esta faceta del dios del Corán no deja de ser significativa ya que no hay otra necesidad más grande en el hombre que aquella de ser amado y aceptado a cabalidad. Aláh pues le falla miserablemente al hombre dejándolo en perenne orfandad y desamparo.
4) El Dios bíblico se rige y en cierto modo se restringe a sí mismo por lo que Él es en esencia, y como lo proyecten sus atributos. Por su parte el Corán revela que Aláh es un dios medio caprichoso y susceptible de cambios en su modalidad, que no está atado por sus acciones, que no lo restringen sus atributos, ni tampoco sus propias palabras o las promesas salidas de su boca. Aláh pues se toma la libertad de cambiar de acuerdo a las circunstancias, puede bendecir ahora y condenar un rato más tarde, todo depende del estado anímico que lo posea en el momento. Aláh es pues un dios mercurial totalmente impredecible, jamás se sabe lo que Aláh va a hacer o cómo va a reaccionar.
5) Aláh no es un dios de gracia inmerecida. El Dios bíblico sí que lo es.
6) El Aláh coránico es concebido unitariamente mientras que el Dios de la Biblia es un Dios proyectadotrinitariamente.
7) Aláhjamás se encarnó, por consiguiente no puede compadecerse de nuestras debilidades humanas ni compenetrarse con nuestras necesidades más íntimas. Se mantiene en lontananza como un dios remoto, desentendido, no involucrado. En la Biblia Dios es un Dios que se encarna y por lo tanto es capaz de compadecerse y compenetrarse íntimamente con sus criaturas.
Evidentemente, el Corán está más abocado a revelar la voluntad de Aláh que a revelar la personalidad deAláh. Dicha voluntad todo lo que parece apetecer es que el hombre se le someta, no importa a qué costo. La Biblia supera estas fallas del concepto islámico logrando ambos objetivos: revelándonos a Dios como Persona, divina; y enseñándonos cuales son sus gustos y disgustos.
Habrá muchos otros contrastes que señalen la falacia con que el enemigo de las almas ha enredado a tantos millones cegándoles los ojos para que no vean la diferencia abismal entre Aláh y el Dios del Antiguo y Nuevo Testamentos. Basten por ahora los contrastes enumerados aquí. Una cosa estos contrastes hacen claros: Jehová y Aláh NO son el mismo Dios. Consecuentemente nadie debe diluirse a creer que lo son puesto que esta falacia puede resultar eternalmente catastrófica. Sí, suele ser fatal adorar a un dios equivocado porque esto indefectiblemente degenera en la abominación de la idolatría, y de los idólatras, sentencia la Biblia, les espera su parte "en el lago de fuego y azufre, que es la muerte segunda" (Ap. 21:18). Es también fútil servir en vida al dios que no es, pues esto priva a uno de su eterna recompensa.
Asegúrese el lector de no cometer tan colosal error.
En nuestro artículo anterior discurríamos sobre el culto pagano al ídolo Aláh. Decíamos que el mismo se remonta a la lejana época pre-islámica. Hicimos algunos contrastes entre el Dios de la Biblia Yawhéh o Yavéh y Aláh el dios del Corán. Afirmamos categóricamente que son dos dioses diferentes. Inferíamos por tanto, que uno de los dos debe ser un dios falso ya que en el universo no caben dos soberanos. Conviene al hombre hacer esa diferenciación y decidirse cuanto antes por el Dios auténtico. Siendo que los últimos libros de la Biblia se terminaron de escribir 600 años antes del nacimiento de Muhammad, y ante la repetida insistencia del “noble Corán” de ser en sí mismo una “revelación de confirmación” de la que ya está vertida en la Biblia (ver el Surah 46:11-12 y los Surahs 2:41,89,91,101; 5:48; 6:92), estos dos hechos por sí solos deben constituirse en suficientes elementos de juicio para que la mente racional dilucide sin equívocos quién es el verdadero Dios.
Como la Biblia vino antes que el Corán y el Qu’rán reclama ser su “continuación”, el Dios verdadero debe ser Aquel de quien escribiera Moisés en el Toráh o Pentateuco; en cuyo nombre hablaron los profetas antiguos que precedieron por más de un milenio a Muhammad; el Dios que alabaron los Salmos, y del que ampliamente da fe el Nuevo Testamento. Este Dios debe ser identificado sin titubeos como el único Dios verdadero. Desde las páginas de la Biblia habla este Dios y nos dice con gracia, aunque con firmeza: “Yo mismo soy; antes de mi no fue formado Dios, ni lo será después de mi” (Is. 43:10-11) y añade: “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí” (Is. 45:5). A través del decálogo en Éxodo 20 oímos de nuevo su voz sonora diciendo: “No tendrás dioses ajenos delante de mi” (Ex. 20:3).
Destacábamos en el artículo anterior el criterio de arabistas e islamólogos de que Aláh no es siquiera un nombre sino una “designación” para la deidad. Recordábamos que esto se debe a que Aláh no es una persona. Contrastamos que el Dios de la Biblia, sí que es una Persona, divina, y que también tiene nombre. Mostramos que Su nombre es Yahwéh o Yavéh como está representado por su tetragrama hebreo.
La palabra tetragrama es un compuesto de tetra (‘tetra’) que quiere decir cuatro, y de grama (‘grama’) que significa letra. El tetragrama está formado por cuatro consonantes, sin que medien vocales entre ellas. Estas consonantes son Y H W H. Este es el nombre de Dios, el Gran Yo Soy, Jehová. Los antiguos traductores masoretas eventualmente se empeñaron en transcribir el tetragrama añadiéndole entre cada consonante una de las vocales pertenecientes al nombre Adonai. Con ello buscaban hacer pronunciable el tetragrama. De ahí que al vocalizarlo arribaran a la palabra Y a h o w a h Y e h o v a h . Felizmente, en la Biblia que usted y yo leemos en español, sus traductores acertaron a españolizar el ya vocalizado tetragrama y lo transliteraron como Jehová. De otra manera hubiera sido imposible para usted y yo pronunciar el nombre de Dios partiendo de las cuatro consonantes del tetragrama.
Dios dio a conocer a Moisés su precioso nombre en conversación que sostuvieron cara a cara en el desierto (Éxodo 3:1-22) El escenario de este diálogo se ubicó alrededor de una zarza ardiendo que el fuego no consumía. De este encuentro resultó la comisión e investidura con que Dios honró al legislador Moisés al encomendarle la liberación de Su pueblo. Recuerde el lector que a la sazón los israelitas servían como esclavos a los egipcios.
A esa instancia de Dios, Moisés replicó: “He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿CUÁL ES SU NOMBRE? ¿Qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros. Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: JEHOVA el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros, ESTE ES MI NOMBRE PARA SIEMPRE; con él se me recordará por todos los siglos” (Éxodo 3:13-15). Dios revela en este estupendo pasaje su nombre propio, Jehová, y añade que con ese nombre se le ha de recordar por todos los siglos, que este es su nombre para siempre. ¡Alabado sea el nombre de JEHOVÁ!
Mas adelante, en el capítulo 6 del libro de Deuteronomio versículos 2 y 3, Dios reitera y subraya de nuevo su nombre personal al decir: “Yo soy JEHOVÁ, y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, mas en mi nombre, JEHOVÁ, no me di a conocer a ellos”. De modo que el nombre del Dios de la Biblia es JEHOVÁ, el “Yo soy el que es”, El Gran Yo Soy, el “Yo soy eterno existente”, aquél que tiene existencia inherente o propia, el que es, fue y será. El Apocalipsis 1:8 da seguimiento al concepto al decir: “Aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso”.
¿Cuántos más nombres debemos invocar para ser salvos?
¿Cuantos inventen los hombres?
¡Perezca el pensamiento! “No hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos” (Hch. 4:12). “Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve” (Is. 43:11).
En nuestro escrito anterior, y sólo para beneficio del lector, citábamos el shahadah o credo, la profesión de fe que recita todo muslim a diario y que los musulmanes requieren como puerta de entrada al que busca iniciarse en el Islam: la ilaha il aláh, muhammad ur rusul aláh. Traducida a nuestra lengua significa: “Sólo Aláh es Dios y Muhammad es su profeta” (o apóstol). Procedimos a citar el credo muslim no para hacer profesión de fe nosotros ni para convertir al lector en musulmán, sino simplemente para ilustrar a éste sobre lo que es una creencia sillar o pilar del Islam la cual es menester rechazar. En cuanto a nosotros, nos resistimos a aceptar siquiera, mucho menos a creer, en una deidad de tan nebuloso origen y de tan oscura trayectoria. Nunca accederíamos a elevar por las nubes al dios-luna a quien evolucionaron a la fuerza al status de deidad. Preferimos dejarlo en su nivel histórico de ídolo de tribus primitivas. Pereceríamos además si diéramos crédito a un profeta que como veremos más adelante es espurio, o a un libro “sagrado” que se canta y se llora, y que a pesar de reclamar repetidas veces que es una continuación de lo revelado en la Biblia, contradice la mismísima revelación bíblica que dice continuar. Para colmo, como también hemos de ver más adelante, el Corán se contradice a sí mismo también. Para decirlo en lenguaje suave, Aláh, nos parece, es un mito, no existe, y su religión en nuestra estimación es el más deprimente ejercicio en futilidad.
La Biblia enseña que un ídolo, “no es nada” (RVRO60) “no tiene valor alguno en el mundo” (VP), de nada sirve. Puesto que el ídolo no tiene existencia ni propia ni conferida, carece de mente pensante, de conocimientos, de sentimientos. No le acompaña ninguno de los cinco sentidos. Es una entidad muerta y su cadáver nos es sin valor. Sólo vale para el que ejerce la profesión de sepulturero. Los ídolos de las naciones sirven sólo para embobarlas y como bien dice de los seguidores de ídolos el Salmo 115: “Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos”. Prosigue diciendo el Salmo 115: “Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. Nuestro Dios, está en los cielos. Todo lo que quiso, ha hecho”.
Poner la fe en un ídolo, es enviarla al limbo. Es como flotar en el vacío. Es poner los pies sobre algo que se disuelve al tocarlo. La fe cristiana en cambio se ancla en el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, y del resto de los patriarcas; de los profetas; del escritor de los Salmos; y de los autores del Nuevo Testamento. En otras palabras, nuestro Dios es el Dios del Antiguo y Nuevo Testamentos. Es el Dios que tiene existencia propia, que ha intervenido la historia multiformemente, y cuya última palabra la verbalizó al enviarnos a su Hijo Jesucristo, el Verbo de Dios.
Pero cuando lo consideran táctico, los defensores del Islam procuran biblificar a Aláh insistiendo que el nombre de Aláh se encuentra en la Biblia. El Dr. Roberto Morey, elocuente apologista cristiano y quien a menudo debate por radio y televisión a clérigos y eruditos musulmanes, en una presentación a que mi señora Perla y yo asistimos en la iglesia Moody de Chicago, le oímos de sus labios contar experiencias con el Embajador de Sudán ante las Naciones Unidas. El diplomático porfiaba que el nombre de Aláh sí, se encuentra en la Biblia. El Dr. Morey lo desafió a producir los capítulos y versículos que en la Biblia hicieran referencia a dicho nombre. El sudanés replicó que donde quiera que en la Biblia aparece la palabra ‘aleluya’, ésta es una referencia a Aláh. El diplomático veía a Aláh en cada uso de la palabra bíblica aleluya y argüía que esta palabra era un término compuesto de Aláh –y– luya. Ni corto ni perezoso el Dr. Morey le contestó que la palabra bíblica no era Aláh – luya como el presumía, sino que era Alé–luya. No Aláh–luya sino Alé–luya. La palabra aleluya es hebrea y no arábica, es un término compuesto del verbo ALELU que significa load y el nombre YA que es un apócope o contracción de Yavéh. Aleluya pues significa load a Yavéh, y Yavéh, amigo mío, es la antítesis misma de Aláh, o sea, su total opuesto. La palabra hebrea aleluya dista mucho de incluir en su raíz el nombre arábico de Aláh, y en su lugar, irónicamente, a quien loa es al nombre que es sobre todo nombre, el nombre de Jehová.
Dándose por no vencido, el Embajador sudanés bien rápido esgrimió otro argumento para situar a Aláh en la Biblia. Dijo que en la cruz del Golgotha Jesús dijo a gran voz: Aláh, Aláh ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? A lo que el Dr. Morey respondió: ¡De ninguna manera! Jesús no dijo Aláh, Aláh lama sabactani, sino que dijo: Eli, Eli lama sabactani. El divino sufriente expresó esta oración en arameo, no en árabe. El arameo era un vernáculo palestinense que se cree era el idioma que hablaba Jesús el Cristo.
A la luz del oscuro origen de Aláh, de su diferencia abismal con el Dios de la Biblia, a la luz del desconocimiento total que le acuerdan a su nombre las Escrituras judeo-cristianas, se hace necesario concluir que Aláh no es el Dios de los cielos. Que Aláh es más bien un Dios espurio, ficticio, inventado por la fiebre religiosa de un autoproclamado profeta. Es un “dios”, con minúscula, de los millares que hay en el panteón de las naciones, y por tanto no es un Dios capaz de salvar ni digno de seguir. La religión que lo auspicia es un camino que podrá parecer derecho a muchos, pero al fin probará ser un camino de muerte