Yo era Fabricante de Dioses
Testimonio personal de mi conversión al
Cristianismo
Presentamos el testimonio del Sr. Arturo Arana Lemaitre, que es parte de la historia de Sucre capital de Bolivia, ciudad que fue en esos tiempos fanática del catolicismo romano, pero gracias a Dios ahora ha cambiado y recibe con los brazos abiertos a todo misionero que venga a predicar el verdadero evangelio de Cristo.
(Sucre, Bolivia 1948)
Querido lector, estas manos pecadoras con
que ahora escribo esta líneas, eran fabricantes de dioses. Sí, estas mismas
manos tuvieron el atrevimiento de querer convertir la gloria de Dios
incorruptible en semejanza de hombre corruptible. Fabriqué Cristos, Sagrados
Corazones, Niñitos, Vírgenes Marías, etc., etc., de muchas formas y tamaños.
Imágenes frías de yeso, que no tienen alma, que tienen ojos y no ven, orejas y
no oyen, nariz y no huele, boca y no hablan, pies y no caminan.
Si Dios fue misericordioso para con San
Pablo que fue un perseguidor de cristianos, creo que ha sido todavía más
misericordioso para conmigo, que era un fabricante de dioses. Para conmigo sí,
que hacía piedras de tropiezo para que mis semejantes pecaran con ellas
rindiéndoles adoración y culto, cuando sólo a Dios debe adorarse en espíritu y
verdad, como establecen los dos primeros mandamientos. (Éxodo 20: 1,5)
Yo era católico de católicos, educado en
un colegio Jesuita, de padres católicos, y tatarabuelos. Por tradición y por
orgullo de familia, debía haber continuado católico romano siempre. Por vanidad
y por orgullo repito, debía haber sido siempre romanista. Un Papa, hizo Princesa
a una tía mía, que es todo el orgullo de nuestra familia y antes de mi
conversión puedo decir que casi me consideraba de sangre azul.(descendiente directo de españoles) Fui educado en
un colegio Jesuita como tengo dicho y cuando tenía de doce a catorce años,
ellos trataron de convertirme en Cura. Me ofrecieron enviarme al Vaticano para
que allí efectuara mis estudios y trataron de grabar en mi mente la idea de
hacerme sacerdote romanista. Felizmente para mí, a papá no le gustó nada de tan
extravagante idea y pronto él pudo hacer que la desterrara de mi mente.
Con todo era siempre muy religioso y
durante mi permanencia en el colegio Sagrado Corazón, fui miembro de la Mesa
Directiva de la Congregación Mariana. Fui siempre un devoto de la Virgen María
a la que realmente “adoraba”, me parecía que aunque hubiera podido fracasar con
Cristo, con ella habría vencido. La encontraba más asequible y más amorosa.
Engaños de Satanás, en aquel entonces ignoraba que la Palabra de Dios nos dice,
que hay UN SOLO MEDIADOR entre Dios y los hombres: nuestro Señor Jesucristo, (
I Timoteo 2: 5) y que aún el mismo San Pedro, al que los romanistas llaman su
primer Papa, nos asegura también en la Santa Biblia en el libro de los Hechos
de los apóstoles capitulo 4:12, que en ningún otro hay salud, fuera de nuestro
Señor Jesucristo, porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los
hombres, por el cual podamos salvarnos y que por tanto es inútil buscar la
salvación en ningún otro.
Antes de convertirme era como la mayoría
de los jóvenes católicos, aficionado al juego, la bebida y todas las cosas de
este mundo. En suma puedo decir que no tenía ningún otro mérito propio por el
cual Dios me hubiera hecho el favor de hacerme conocer su gracia para conmigo y
salvarme de la condenación del infierno.
Era en aquel entonces lo que se llama un
“hombre de mundo” y por lo mismo también “un buen católico romano”, es decir
asistía siempre a la misa los domingos, odiaba a los protestantes, a los que
desde niño me habían enseñado a considerar como unos herejes, apóstatas y corrompidos,
siervos de Satanás y condenados al infierno. ¿Por qué?... yo mismo no sabía,
los jesuitas así nos lo habían enseñado.
Me gustaba jactarme de ser muy católico y
al mismo tiempo de ser muy pecador. Recuerdo que con mis amigos – todos buenos
católicos romanos – capaces de ir a las manos por la defensa de su religión,
mientras bebíamos algunos tragos y convertíamos en humo un lío de tabaco,
comentábamos nuestras “aventuras galantes”, asquerosos pecados debería decir
mejor, de los cuales nos estábamos jactando.
Con todo tenía un fondo bueno – creía en
Dios y deseaba agradarle. Algunos años antes de convertirme al cristianismo,
instalé una fábrica de imágenes y cuando llegó la fecha del Primer Congreso
Eucarístico en Sucre, deseoso de conocer y saber más las cosas de mi Dios,
resolví escuchar las predicaciones de un famoso orador el jesuita La Puerta (No
quiero llamarle Padre, porque Dios prohíbe tal tratamiento Mateo 23: 9).
Por aquel entonces, mi señora estaba
enferma y para poder escuchar las conferencias hicimos uso de la radio. Por
primera vez en mi vida y con asombro escuché a un sacerdote romanista, hablar
sobre la Biblia, afirmando que es un libro maravilloso y que contiene la
Palabra de Dios revelada a los hombres. Escuché de las maravillosas profecías
que hablaban de nuestro Señor Jesús, centenares de años antes de que El viniese
a este mundo anonandándose y tomando nuestra forma. Esto despertó en mí una
gran curiosidad y decidí leer por mí mismo tan maravilloso libro, pensando que
si realmente aquello era cierto, debía de publicarse y hacerse conocer de
todos.
Fui pues al Director o mejor dicho al
Prefecto de los Jesuitas y le pedí que me prestara una Biblia. Aunque no de muy
buen grado, el sacerdote me trajo un
ejemplar de la versión Valera y me dijo más o menos textualmente: “Le doy este
ejemplar porque es mejor traducido que el nuestro y tiene además la ventaja de
las concordancias al centro, es el que nosotros los sacerdotes, lo usamos en
nuestros estudios…” Salí muy contento con la Biblia y comencé a estudiarla.
Tan pronto como comencé la lectura de la
Biblia, un montón de dudas se levantaron en mi mente y acudí en busca de luz al
Prefecto de los Jesuitas, pero, salí de aquella entrevista más desconcertado
que antes. El jesuita, tenía las mismas dudas que yo y no podía resolver mis
dificultades. Salí con pena de él y ganas tuve de decirle que entonces cómo se
había hecho cura. Cuanto él pudo decirme fue: Que no había que profundizar la
Biblia, que no teníamos capacidad ni facultad para hacerlo y que sin discutir
debíamos aceptar las interpretaciones de la Iglesia Católica de Roma, ya que ella era la única
infalible; y qué, cuando las dudas nos asaltan lo mejor es buscar cualquier
trabajo y olvidarse. Me dijo que él, personalmente, cuando le asaltaba una
duda, se metía en el laboratorio de química a hacer experimentos y estudios
para olvidarse….. Si bien, este método bastaba para el jesuita, para mí no, yo
creo que Dios ha dejado su Palabra para que la escudriñemos, como él mismo nos
lo manda y así, después de devolver la Biblia prestada, compré un ejemplar para
mí y me dediqué, con más ahínco al estudio de la Palabra.
Cuando uno descubre en alguien una
mentira, ya empieza a dudar de todas las afirmaciones de tal persona. Lo mismo
me pasó con la Iglesia de Roma y durante tres negros años estuve sumergido en
las más densas tinieblas, dudé de todo, menos de la existencia de un Dios
Creador y Hacedor de todas las cosas.
En mi afán de encontrar la luz y una
explicación a mis dudas fuí en busca de un sacerdote franciscano. Había
fracasado con los Jesuitas, quería probar con los franciscanos que son la otra
orden poderosa y de más fama que hay en Sucre y así, fui en busca de Fray
Francisco, un excelente señor una magnífica persona, que con toda franqueza me
dijo: “Hijo, te confieso que no sé papa de estas cosas, yo creo porque creo,
tengo la fe del carbonero; pero, te voy a dar algunos libros por sí pueden
ayudarte”, y así fue en efecto, me dio los libros y ellos me cimentaron más en
mis nuevas creencias.
Luego, un día encontré al Sr. Turner, el
pastor evangélico en Sucre, y le pedí una cita para discutir con él y al día
siguiente, a los cinco minutos de conversar, vi que estábamos de absoluto
acuerdo. Mi dificultad grave, era mi duda sobre la deidad de Cristo; pero
después de examinar Juan 1: 1-13 y 18, y algunos otros versículos más comprendí
que no solamente era hombre, sino también Dios. Yo le había ya aceptado antes
como a mi Salvador pero dudaba de su doble naturaleza.
Desde entonces fui creciendo en la fe y
decidí dedicarme al servicio del Señor aunque sin abandonar mis actividades
comerciales, a excepción de la fábrica de Santos que paré de inmediato. Sentía
el llamado del Señor para llevar Su palabra de liberación, a mis paisanos
oprimidos, engañados y explotados, por aquellos que habían convertido en
negocio la salvación de las almas de sus semejantes.
Convencido de que el cielo no se alcanza
por dinero, ni podemos conquistarlo por obras (Efesios 2: 8, 9 Porque por gracia sois salvos por medio de la
fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se
gloríe. Y Romanos 3: 22-25) y sabiendo
que Dios detesta la idolatría, pues el Segundo Mandamiento dice: “No te harás
imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en
la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: No te inclinarás a ellas, ni
las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso….” Y teniendo
todavía en existencia más de doscientas imágenes, tuve que sostener una
terrible lucha, entre mi conciencia y mi bolsillo. Mi bolsillo me decía: “No
las destruyas, los católicos, las tienen solamente como a un retrato, como un
recuerdo, no las adoran.” Ciertamente querido lector, el dolor del bolsillo es
cosa terrible; y por ello quería yo acallar la voz de mi conciencia que me
decía: “Arturo, los católicos, romanos, adoran a esas imágenes, se inclinan
ante ellas y les rinden culto”.
En semejante lucha no sabía que hacer,
hasta que el Señor puso en mi corazón este pensamiento: Resolví colocar en cada
imagen el siguiente letrero:
Soy imagen sin alma, obra de manos de
hombres, por tanto no merezco ninguna adoración ni culto.
Y en las de los Cristos y Sagrados
Corazones, algunos de los cuales eran verdaderamente hermosos, puse así:
Podré representar a Dios, más no soy El.
Dios es Espíritu y en espíritu y en verdad es necesario que le adore.
Así estuvieron las imágenes por espacio
de casi tres meses en la tienda comercial que por entonces tenía en la calle
España No. 2, la tienda que tenía la vitrina más grande y lujosa de aquel
entonces en Sucre. Venía la gente para comprarlas, pero, tan pronto como tenían
las imágenes en sus manos o podían leer lo que decía el letrero, me las
devolvían con una sonrisa forzada diciendo: “Muy bonitas, vamos a volver” y no
volvían más.
Desde que las imágenes tenían aquel
letrero vendí solamente dos y por ellos llegué al convencimiento, a la
evidencia, de que los católicos romanos, las querían para adorarlas, para
rendirles culto. Si no hubiere sido así ¿Qué les hubiera importado el
letrero? Entonces resolví deshacerme de
ellas. Primeramente y aun antes de colocar los letreros, tuve la intención de
seguir vendiéndolas y con el importe de ellas, levantar un templo Evangélico en
Sucre, pero cuando expuse mi idea a nuestros hermanos en Cristo, ellos me
dijeron: “Le agradecemos mucho señor Arana por su buen deseo; pero no podemos
recibirle un solo centavo de plata que resulte de fomentar la idolatría. Muchas
gracias, haga lo que usted quiera con sus imágenes, pero no podemos recibir ese
dinero”.
Estaba yo pues, como cuando se tiene una
brasa de fuego en la mano. No sabía qué hacer con tanto santo – con tanto ídolo
– el destruirlos, era tarea difícil en Sucre, ya que por ese entonces era la
ciudad más fanática de Bolivia; con todo, y siguiendo lo mandado por el Señor
(Isaías 30: 21, 22 Este es el camino,
andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano
izquierda. Entonces profanarás la cubierta de tus esculturas de plata, y la
vestidura de tus imágenes fundidas de oro; las apartarás como trapo asqueroso;
¡Sal fuera! les dirás), resolví comenzar a destruirlos y así provisto de un
martillo, comencé a hacer pedazos, los Cristos de Limpias, Sagrados Corazones,
Virgencitas y todos los santos, quedaron bien destrozados, para evitar que la
Iglesia Romana hiciera aparecer milagritos, comencé a encajonar y guardar en un
depósito.
Fue tarea de varios días, la de romper
tanto ídolo y por fin cuando ya todos estaban hechos pedazos, aprovechando de
la camioneta de un amigo y hermano en Cristo, las botamos al muladar cumpliendo
lo mandado por el Señor: “Como trapo de inmundicia: Sal fuera les dirás….”
Fueron dos camionetadas, las que tuvimos que hacer y si los santos no hubieran
estado ya pedaceados, habrían sido necesarios muchos viajes más.
Y, querido lector, puedo asegurarte que
no ocurrió ningún milagrito, porque recién dos meses después dí la noticia
públicamente por la radio y era tarde para que fraguaran algún embuste, como el
que escuché en cierta ocasión y que voy a contar: “Dicen que había en la ciudad
de La Paz, un joven que era muy aficionado al juego y que diariamente pedía a
la Virgen María que le hiciera ganar; pero, cansado de pedirle sin obtener
respuesta, una noche sacó su cortapluma
y rasgó el cuadro de arriba abajo; dicen que en aquel instante apareció en la
policía una mujer con el rostro ensangrentado y que indicando la casa del joven
le denunció a causa de su herida y que, cuando los policías llegaron
encontraron el cuadro rasgado”. ¡Pamplinas! Amigos, puedo asegurarles que ni
una sola gota de sangre salió de las doscientas y tantas imágenes que hice
pedazos y también que ningún hombre ni mujer apareció en la policía a quejarse
de las heridas. (¿Sería porque las pedaceé completamente y ya no les quedaba aliento?..
)
Dicen los católicos romanos, que tienen a
las imágenes de Cristo y Sagrados Corazones, etc., etc., solamente como se
tiene a una fotografía de un ser querido. ¡Mentira!.... Tendrías amigo lector
sobre tu velador la fotografía de Joe Louis y ¿la llenarías de besos diciendo
que es tu papá?... ¿Quién conoce el Rostro de Cristo?... ¿Quién es aquel que
sabe siquiera de qué color eran sus ojos?... Yo, hacía Cristos rubios, morenos
de ojos azules, verdes, negros y cafées al gusto y capricho del cliente. ¿Podían
llamarse fotografías o retratos de Cristo, a esas imágenes, cuando yo jamás
había visto a Cristo y hacía solamente una cara de judío linda?
Recuerdo que una vez, vino un curita de
Betanzos a pedirme que le hiciera un Sagrado Corazón para el altar mayor de su
iglesia y por aquel entonces no tenía ninguna imagen del tamaño que el curita
solicitaba, a excepción de un San José de un metro veinte mas o menos. Dije al
Señor cura, que no podría entregarle tan pronto como él deseaba el Sagrado
Corazón que me pedía; pero, luego, pensando en los tres mil bolivianos y pico
que costaba la imagen, me comprometí a efectuar la entrega para el día que
solicitaba y, entré en mi taller, agarré un martillo y tomando la imagen del
San José, de un martillazo, le rompí su brazo izquierdo desde el codo y tomando
un poco de yeso le hice uno nuevo señalando el pecho; luego, tomando otro
mogote de yeso, formé el corazón, quité la palma de la inocencia del brazo
derecho del San José y le cambié otra mano; y por fin, a San José que es pajla
(calvo) como yo, le puse melena y le alisé las barbas y quedó convertido en
Sagrado Corazón. ¡Qué hermoso retrato! ¿Verdad?... Nuestro Señor Jesús no
quería que nos hiciéramos imágenes de El, porque es un atrevimiento el querer
convertir la gloria del Dios incorruptible en semejanza de hombre corruptible y
por eso nadie sabe ni siquiera de qué color eran sus ojos o cual la forma de su
nariz o boca.
Voy a contar dos casos más, que os harán
ver lo ridícula que es la idolatría fomentada por la Iglesia de Roma. Cuando
todavía tenía la fábrica, venían las solteronas ya entraditas en años, a pedir
San Antonio con el Niñito de sacar y poner. Dicen que le pedían novio al Santo
y querían que fuesen sus imágenes con el niñito de sacar, para tenerle castigado,
hasta que les concediese el novio. ¿Se puede concebir semejante miseria?...
En Aiquile, una señora que era muy beata,
pero de muy buen sentido, se convirtió del romanismo al cristianismo, gracias a
esta experiencia: Ella tenía un perrito con el pelo muy fino y un buen día se
acercó el pintor y le dijo: Señora, ¿podría regalarme unos cuantos pelitos de
la cola de su perrito?.... La señora asombrada después de darle el
consentimiento, preguntó al pintor para qué quería aquellos pelos y el pintor
le dijo: Para poner cejas y pestañas a los santos, que tengo que arreglar.
“Desde entonces, dice la señora, dejé para siempre la idolatría: ¡Cómo me iba a hincar para
adorar los pelitos de la cola de mi perro”…
Así querido lector, te ruego que pienses
en estas palabras de Dios que puedes leer en el libro del Profeta Isaías 46: 5 – 9 en la Santa Biblia:
“¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y
me comparáis, para que seamos semejantes? Sacan oro de la bolsa, y pesan plata
con balanzas, alquilan un platero para hacer un dios de ello; se postran y
adoran. Se lo echan sobre los hombros, lo llevan, y lo colocan en su lugar;
allí se está, y no se mueve de su sitio. Le gritan, y tampoco responde, ni
libra de la tribulación. Acordaos de esto, y tened vergüenza; volved en vosotros, prevaricadores. Acordaos
de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay
otro Dios, y nada hay semejante a mí”.
Y el Salmo 115 dice:
“No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros,
sino a tu nombre da gloria, Por tu misericordia, por tu verdad. ¿Por qué han de
decir las gentes: ¿Dónde está ahora su Dios? Nuestro Dios está en los cielos;
Todo lo que quiso ha hecho. Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos
de hombres. Tienen boca, mas no hablan; Tienen ojos, mas no ven; Orejas tienen,
mas no oyen; Tienen narices, mas no huelen; Manos tienen, mas no palpan; Tienen
pies, mas no andan; No hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que
los hacen, Y cualquiera que confía en ellos”.
Y nuestro Señor Jesús nos enseña en el
Evangelio según San Juan 4: 24.
“Dios es Espíritu; y los que le adoran,
en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.
Querido lector escucha la voz de Dios y
no la de los hombres que han convertido en negocio la salvación de las almas de
sus semejantes. El cielo no se compra ni se vende, Dios lo ofrece de balde, por
su gracia y por su amor, a todo aquel que quiere recibirlo:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se
pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree,
no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído
en el nombre del unigénito Hijo de Dios”. Juan 3:16-18.
“El que cree en el Hijo tiene vida
eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de
Dios está sobre él”. Juan 3: 36.
“Por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como
propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a
causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la
mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea justo, y el
que justifica al que es de la fe de Jesús”. Romanos 3: 23-26.
“Pero si andamos en luz, como él está en
luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos
limpia de todo pecado”. 1 Juan 1: 7.
“Hijitos míos, estas cosas os escribo
para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el
Padre, a Jesucristo el justo. Y El es la propiciación por nuestros pecados; y
no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. 1 Juan
2: 1, 2.
“Porque la paga del pecado es muerte, mas
la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. Romanos 6:23.
Levanta pués tus ojos al solo Dios vivo y
verdadero por medio de nuestro Señor Jesucristo. El es el Camino, la verdad y
la vida y nadie puede ir al Padre sino es por medio de El.
Sal de la aberración de la Iglesia Católica Romana, no adores hechuras de manos de hombres. No te inclines ante monigotes
hechos de yeso que tal vez fabricaron mis manos. Cree en el Señor Jesucristo y
serás salvo. No te dejes engañar por los hombres que han convertido en negocio
la salvación de las almas de sus semejantes. No te olvides que el cielo no se
compra ni se vende y que ahora Dios te lo ofrece GRATIS por la fe en su bendito
Hijo y te ofrece el perdón de tus pecados por la fe en su bendita sangre
derramada en la cruz para poder salvarte. ¡Piensa que si por ceremonias o por
obras pudieras ir al cielo, entonces por demás murió Cristo!
Es parte de historia del Cristianismo en Bolivia. Me alegra tanto de haber conocido al Pastor Arturo Arana en la Iglesia Dios es Amor de La Paz. En la que mi madre conoció al Séñor.
ResponderEliminarGracias por compartir esta publicación.
Muchas gracias hermano Arana por compartir su testimonio. Es muy claro su relato. Esperemos que muchos católicos salgan de la idolatría al leerlo. Dios lo bendiga grandemente.
ResponderEliminarConocí al pastor Arturo Arana en los centros mineros de Avicaya y Estalsa, en los 70s; escuché su testimonio y encendió mi corazón de una pasión por Dios! Gracias a Dios por su vida y ministerio!
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