“¡CONSUMADO ES!”
NO. 421
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL
DOMINGO
1 DE DICIEMBRE, 1861,
POR CHARLES HADDON SPURGEON,
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO,
NEWINGTON.
“Cuando Jesús hubo tomado el
vinagre, dijo: Consumado es.
Y habiendo inclinado la
cabeza, entregó el espíritu.”
Juan 19:30.
Hermanos
míos, yo quisiera que ustedes observaran con atención la singular claridad, el
poder y la vivacidad de la mente del Salvador, en las últimas agonías de la
muerte. Cuando los dolores y los gemidos acompañan la última hora, frecuentemente
tienen el efecto de descomponer la mente, de tal forma que no es posible que el
moribundo recoja sus pensamientos, o habiéndolos recogido, que pueda
expresarlos de tal manera que otras personas los entiendan. En ningún caso podemos
esperar de un hombre a punto de expirar, un notable ejercicio de la memoria, o
un juicio profundo sobre temas complejos. Pero los últimos actos del Redentor
estuvieron llenos de sabiduría y prudencia, aunque sus sufrimientos fueron
agudísimos, más allá de toda medida. ¡Observen cuán claramente Él percibió el
significado de cada tipo! ¡Cuán claramente pudo leer con Su ojo agonizante esos
símbolos divinos que los ojos de los ángeles sólo podían mirar anhelantes! Él
vio que los secretos que han sorprendido a los sabios y asombrado a los
videntes, se cumplían todos en Su propio cuerpo.
No
debemos dejar de observar el poder y el alcance de Su entendimiento acerca de
la cadena que ligaba el pasado de sombras simbólicas con el presente iluminado
por el sol. No debemos olvidar la brillantez de esa inteligencia que ensartaba
todas las ceremonias y los sacrificios en un único hilo de pensamiento, y consideraba
todas las profecías como una grandiosa revelación única, y todas las promesas
como los heraldos de una persona, y que luego dijo de todo ello, “Consumado es,
consumado en mí.” ¡Qué vivacidad de mente era esa que le permitió atravesar
todos los siglos de profecía, penetrar la eternidad del pacto, y luego
anticipar las glorias eternas! ¡Y todo esto mientras era escarnecido por
multitudes de enemigos, y mientras Sus manos y Sus pies eran clavados a la
cruz!
Qué
fuerza mental debe haber poseído el Salvador, para elevarse por encima de esos
Alpes de Agonía, que tocaban las propias nubes. ¡En qué condición mental tan
singular debe haberse encontrado durante el momento de Su crucifixión, para
poder repasar todo el registro de la inspiración!
Ahora,
podría parecer que esta observación no tiene gran valor, pero yo pienso que
precisamente su valor radica en ciertas deducciones que se pueden establecer a
partir de ella. A veces hemos escuchado que se dice: “¿Cómo pudo Cristo
soportar, en tan corto tiempo, el sufrimiento que debería ser equivalente a los
tormentos, los eternos tormentos del infierno?” Nuestra respuesta es que no
somos capaces de juzgar lo que el Hijo de Dios es capaz de hacer inclusive en
un momento, y mucho menos lo que podría hacer y lo que podría sufrir en toda Su
vida y Su muerte.
Algunas
personas que han sido rescatadas después de estar a punto de ahogarse, han afirmado
con frecuencia que la mente de un hombre que se está ahogando es singularmente
activa. Uno que, después de estar algún tiempo en el agua, fue al fin rescatado
dolorosamente, comentó que la historia de su vida completa se agolpó en su
mente mientras se estaba hundiendo, y que si alguien le hubiera preguntado
cuánto tiempo había estado en el agua, habría respondido que veinte años, mientras
en verdad había estado allí únicamente un momento o dos.
El
extravagante relato del viaje de Mahoma montando a Alborak (1), no es una
ilustración inadecuada. Él afirma que cuando el ángel vino en visión para
llevarlo en su celebrado viaje a Jerusalén, atravesó todos los siete cielos y
vio todas sus maravillas, y sin embargo se había ido por tan corto tiempo que
aunque el ala del ángel había rozado una palangana de agua cuando se fueron,
regresaron lo suficientemente pronto para evitar que el agua se derramara. El
largo sueño del impostor epiléptico pudo haber ocupado realmente un segundo de
tiempo nada más.
El
intelecto del hombre mortal es tal que, si Dios así lo quiere, cuando se
encuentra en ciertos estados, puede ponderar siglos de pensamiento de una sola
vez; puede alcanzar, en un instante, lo que supondríamos que tomaría años y
años para conocer o sentir. Por tanto pensamos que, por la singular claridad y
la vivacidad del intelecto del Salvador en la cruz, es muy posible que en el
espacio de dos o tres horas soportó en verdad, no sólo la agonía que podría
haber sido contenida en siglos, sino inclusive un equivalente a lo que podría
haber estado incluido en el castigo eterno.
De
cualquier manera, no nos corresponde a nosotros decir que no podría ser así.
Cuando la Deidad está ataviada de humanidad, la humanidad se vuelve omnipotente
para sufrir; y así como los pies de Cristo fueron una vez omnipotentes para
caminar sobre los mares, así también su cuerpo entero se volvió todopoderoso
para sumergirse en las grandes aguas, y para soportar una inmersión en “agonías
desconocidas.”
Les
ruego que no intentemos medir los sufrimientos de Cristo con la línea finita de
nuestra propia razón ignorante, sino que debemos saber y creer que lo que Él
soportó allí, fue aceptado por Dios como el equivalente de todos nuestros
dolores, y por tanto no podría haber sido algo sin valor; más bien debió haber
sido todo lo que Hart concibió que era, cuando dice que Él cargó con—
“Todo lo que el Dios encarnado
podía soportar,
Con la fuerza suficiente, pero
toda Su fuerza requerida.”
No
dudo que mi mensaje ilustrará de manera más clara la observación con la que
comencé; procedamos a él de inmediato. Primero, oigamos el texto y entendámoslo; luego, oigámoslo
y maravillémonos de él; y luego, en
tercer lugar, oigámoslo y proclamémoslo.
I. OIGAMOS EL
TEXTO Y ENTENDÁMOSLO.
El
Hijo de Dios ha sido hecho hombre. Él ha vivido una vida de perfecta virtud y
de total auto negación. Durante toda Su vida ha sido despreciado y desechado
entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto. Sus enemigos
han sido legión; ha tenido pocos amigos, y esos pocos Le han sido infieles. Al
fin es entregado en manos de los que Le odian. Le arrestan cuando se encuentra
orando; es denunciado tanto en las cortes espirituales como en las temporales.
Le vistieron de púrpura para burlarse de Él y luego le desnudaron para
avergonzarlo.
Es
colocado en Su trono para escarnecimiento y luego atado al pilar con crueldad.
Es declarado inocente y sin embargo es entregado por el juez que debió haberlo
protegido de Sus perseguidores. Es arrastrado a lo largo de las calles de Jerusalén,
la que había matado a los profetas, y que ahora se teñiría de rojo con la
sangre del Señor de los profetas. Es conducido a la cruz; es clavado firmemente
al cruel madero.
El
sol Lo quema. Sus crueles heridas aumentan la fiebre. Dios lo desampara. “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, contiene la angustia concentrada
del mundo. Mientras está clavado allí en conflicto mortal con el pecado y
Satanás, Su corazón está quebrantado, sus miembros dislocados. El cielo le
abandona, pues el sol está velado en tinieblas. La tierra le desampara, pues “todos
los discípulos, dejándole, huyeron.” Mira a todas partes, y no hay nadie que le
ayude; lanza
Su
mirada alrededor, y no hay nadie que pueda compartir Su pena. Pisa solo el
lagar, y de Sus amigos ninguno está con Él. Él sigue, sigue adelante,
determinado con firmeza a beber hasta la última gota de ese cáliz que no debe
pasar de Él, si debe cumplir la voluntad de Su Padre.
Finalmente
clama: “Consumado es,” y entrega el espíritu. ¡Óiganlo, cristianos, oigan este
grito de triunfo que resuena hoy con toda la frescura y la fuerza que tuvo hace
dos mil años! ¡Óiganlo desde la Palabra Sagrada y de los labios del Salvador, y
que el Espíritu de Dios abra sus oídos para que puedan oír como los entendidos,
y entender lo que oyen!
1. Entonces, ¿qué
quiso decir el Salvador con la expresión: “Consumado es?” Antes que nada, quiso
decir que todos los tipos, promesas, y profecías fueron ahora plenamente
cumplidos en Él. Quienes están familiarizados con el
original encontrarán que las palabras: “Consumado es,” aparecen dos veces en
medio de tres versículos. En el versículo 28, encontramos esas palabras en el
griego; en nuestra versión se traducen como “cumplido” (Versión King James,
1611) pero allí están: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed.” Y
después dijo: “Consumado es.”
Esto
nos conduce a ver su significado claramente, que toda la Escritura se había
cumplido ahora; que cuando dijo: “Consumado es,” el Libro entero, desde el
principio hasta el fin, tanto en la ley como en los profetas, todo había sido
consumado en Él.
No
hay una sola joya de promesa, desde esa primera esmeralda que cayó en el umbral
del Edén, hasta la última piedra de zafiro de Malaquías, que no haya estado
incrustada en el pectoral del verdadero Sumo Sacerdote. Es más, no hay ningún
tipo, desde la vaca alazana hasta la tórtola, desde el hisopo hasta el propio
templo de Salomón, que no se haya cumplido en Él; y ni una sola profecía, ya
sea que hubiera sido dada junto al río Quebar, o en las márgenes del Jordán;
ningún sueño de los sabios, ya sea que lo hubieran soñado en Babilonia, o en
Samaria, o en Judea, que no haya sido obrado con plenitud en Cristo Jesús.
Y,
hermanos, ¡qué cosa tan maravillosa es que una multitud de promesas, y
profecías, y tipos, aparentemente tan heterogéneos, se hayan cumplido todos en
una persona! Supongamos que quitáramos a Cristo por un momento, y que le diera
el Antiguo Testamento a cualquier sabio de la tierra, diciéndole: “Toma esto; esto
es un problema; vete a casa y construye en tu imaginación un carácter ideal que
se ajuste con exactitud a todo lo que fue prefigurado aquí; recuerda, debe ser
un profeta como Moisés, y también un campeón como Josué; debe ser un Aarón y un
Melquisedec; debe ser tanto David como Salomón, Noé y Jonás, Judá y José. Es
más, no debe ser únicamente el cordero que fue inmolado, y el chivo expiatorio
que no fue inmolado, la tórtola que era sumergida en sangre, y el sacerdote que
sacrificaba al ave, sino que debe ser también el altar, el tabernáculo, el
propiciatorio, y el pan de la proposición.”
Es
más, para confundir todavía más a este sabio, le recordamos las profecías tan
aparentemente contradictorias, que uno pensaría que no se podrían conciliar
nunca en un solo hombre. Como estas: “Todos los reyes se postrarán delante de
él; todas las naciones le servirán;” y sin embargo, es “Despreciado y desechado
entre los hombres.” Debe comenzar por mostrar a un hombre nacido de una madre
virgen: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo.” Debe ser un
hombre sin mancha ni arruga, y sin embargo alguien en quien el Señor concentra las
iniquidades de todos nosotros. Debe ser alguien glorioso, un Hijo de David, y
sin embargo, debe ser una raíz de tierra seca.
Ahora,
y lo digo sin ningún temor, si todos los más grandes intelectos de todas las
edades se pusieran a resolver este problema, a inventar otra clave para los
tipos y las profecías, no podrían hacerlo. Los veo, hombres sabios, ustedes
están descifrando estos jeroglíficos; alguien sugiere una clave, y abre dos o
tres de estas figuras, pero no puede proseguir, pues la siguiente figura lo
desconcierta. Otro estudioso sugiere otra clave, pero resulta que falla allí donde
es más necesaria, y otro, y otro, y así estos maravillosos jeroglíficos
trazados antaño por Moisés en el desierto, deben quedar sin explicación, hasta
que alguien pasa al frente y proclama: “La cruz de Cristo, Hijo de Dios
encarnado;” entonces todo se aclara, de tal forma que uno que corre puede leer
y un niño puede entender.
¡Bendito
Salvador! En Ti vemos cumplido todo lo que Dios habló desde el principio por
medio de los profetas; en Ti descubrimos que todo ha sido consumado con
plenitud, todo aquello que Dios había establecido para nosotros en la sombría
niebla del humo sacrificial. ¡Gloria sea dada a Tu nombre! “Consumado es,” todo
está compendiado en Ti.
2. Pero las
palabras tienen un significado todavía más rico. No solamente fueron todos los
tipos, y las profecías, y las promesas consumados así en Cristo, sino que todos los sacrificios tipo de la
antigua ley judía fueron
abolidos y también fueron explicados.
Se terminaron, se terminaron en Él. ¿Se podrían imaginar por un minuto a los
santos en el cielo, mirando inclinados lo que fue hecho en la tierra? Abel y
sus amigos que habían estado sentados en las glorias de arriba desde mucho antes
del diluvio; ellos observan mientras Dios enciende estrella tras estrella en el
cielo. Promesa tras promesa proyecta luz sobre las densas tinieblas de la
tierra. Ven llegar a Abraham y se inclinan y contemplan y se maravillan cuando
miran a Dios revelando a Cristo a Abraham en la persona de Isaac. Ellos miran,
al igual que lo hacen los ángeles, anhelando descifrar el misterio.
Desde
los tiempos de Noé, Abraham, Isaac, y Jacob, ellos contemplan altares
humeantes, señales del hecho que el hombre es culpable, y los espíritus ante el
trono dicen: “Señor, ¿cuándo terminarán los sacrificios?
¿Cuándo
no se derramará ya más sangre?” El ofrecimiento de sacrificios sangrientos
aumenta pronto. Ahora son llevados a cabo por hombres ordenados para ese
propósito. Aarón y los sumos sacerdotes, y los levitas, cada mañana y cada
tarde ofrecen un cordero, mientras que grandes sacrificios son ofrecidos en ocasiones
especiales. Los novillos gimen, los carneros sangran, los cuellos de las
palomas son quebrados, y durante todo ese tiempo los santos están clamando: “Oh,
Jehová, ¿hasta cuándo? ¿Cuándo cesará el sacrificio?”
Año
tras año el sumo sacerdote atraviesa el velo y rocía con sangre el propiciatorio;
el año siguiente lo ve hacer lo mismo, y el siguiente, y otra vez, y otra vez,
y otra vez. David ofrece hecatombes, y Salomón sacrifica a decenas de miles;
Ezequías ofrece ríos de aceite, Josías da abundancia de la grosura de bestias
engordadas, y los espíritus de los justos preguntan: “¿Cuándo será suficiente?
¿Cuándo se terminará el sacrificio? ¿Deberá haber siempre un recuerdo del
pecado? ¿No vendrá pronto el último Sumo Sacerdote? ¿No harán pronto a un lado
su trabajo, el orden y el linaje de Aarón, porque se ha consumado todo?”
Todavía no, todavía no, espíritus de los justos, pues después de la cautividad todavía
permanece el sacrificio de las víctimas.
¡Pero
he aquí, Él viene! Miren más atentamente que antes: ¡Viene
Quien
va a poner fin al linaje de sacerdotes! ¡Miren! Allí está, vestido (pero ahora
sin el efod de lino, sin las campanas que tintinean, y sin las brillantes joyas
en su pectoral) sino que ataviado con un cuerpo humano, siendo Su altar la
cruz, y Su cuerpo y Su alma la víctima, y siendo Él mismo el sacerdote,
¡miren!, ante Su Dios ofrece Su propia alma detrás del velo de densas tinieblas
que Lo han cubierto de la mirada de los hombres. Presentando Su propia sangre,
atraviesa el velo, la rocía allí, y avanzando desde el centro de las tinieblas,
mira hacia abajo, a la tierra atónita, y hacia arriba, al cielo expectante, y
clama: “¡Consumado es! ¡Consumado es!” Eso que ustedes esperaron durante tanto tiempo, ha sido
cumplido y perfeccionado plenamente y para siempre.
3. El Salvador
quiso decir, sin duda, que en ese momento Su
obediencia perfecta había sido consumada. Era
necesario, para que el hombre
pudiera ser salvado, que se guardara la
ley de Dios, pues ningún hombre puede ver el rostro de Dios a menos que sea perfecto en
justicia.
Cristo
se comprometió a guardar la ley de Dios por Su pueblo, a obedecer cada uno de
Sus mandamientos, y a preservar intactos cada uno de Sus estatutos. Durante
todos los primeros años de Su vida, Él obedeció en privado, honrando a Su padre
y a Su madre; durante los siguientes tres años, Él obedeció a Dios
públicamente, gastándose y siendo gastado en Su servicio, al punto que si
quisieras saber cómo sería un hombre cuya vida está plenamente conformada a la
ley de Dios, puedes verlo en Cristo—
“Mi amado Redentor y mi Señor,
Leo mi deber en Tu palabra,
Pero en Tu vida la ley se
muestra
Dibujada en caracteres vivos.”
No
se necesitaba nada para completar la perfecta virtud de vida sino la obediencia
perfecta en la muerte. Quien quiere servir a Dios debe estar presto, no
solamente a entregar toda su alma y su fuerza mientras viva, sino que debe
estar preparado a renunciar a su vida cuando sea para la gloria de Dios.
Nuestro perfecto sustituto puso la última pincelada en Su obra al morir, y por
tanto Él argumenta que está absuelto de cualquier deuda, pues “Consumado es.”
¡Sí, glorioso Cordero de Dios, consumado es! ¡Tú has sido tentado en todos los
puntos que somos tentados nosotros; sin embargo, Tú no has pecado en ninguno de
ellos!
Consumado
fue, pues la última flecha salida de la aljaba de Satanás había
sido arrojada contra Ti; la última insinuación blasfema, la última tentación
perversa había extinguido su furia en Ti; el Príncipe de este mundo Te había
inspeccionado de la cabeza a los pies, por dentro y por fuera, pero no encontró
nada en Ti. Ahora Tu prueba ha terminado, has consumado la obra que el Padre te
encomendó, y la terminaste de tal manera que el propio infierno no puede acusarte
de ninguna imperfección. Y ahora, considerando Tu perfecta obediencia, Tú
dices: “Consumado es,” y nosotros, Tu pueblo, creemos llenos de gozo que así
es.
Hermanos
y hermanas, esto es más de lo que ustedes o yo podríamos haber dicho si Adán no
hubiera caído nunca. Si hubiéramos estado en el huerto del Edén hoy, nunca
hubiéramos podido jactarnos de una justicia consumada, puesto que una criatura
no puede consumar nunca su obediencia. Mientras una criatura viva, está
obligada a obedecer, y mientras exista un agente libre en la tierra, estará en
peligro de violar su voto de obediencia. Si Adán hubiera estado en el Paraíso
desde el primer día hasta ahora, podría caer mañana. Abandonado a sí mismo, no
hay razón por la cual ese rey de la naturaleza no hubiera perdido ya su corona.
Pero
Cristo el Creador, que terminó la creación, ha perfeccionado la redención. Dios
no puede pedir más. La ley ha recibido todas sus demandas; el más grande
alcance de la justicia no puede reclamar la obediencia de otra hora. Consumado
es; completado es; el último giro de la lanzadera (2) ha terminado, y el manto
está tejido desde arriba y por completo. Entonces, regocijémonos porque el
Señor quiso expresar mediante Su grito agonizante que Su justicia perfecta con
la que nos cubre, fue consumada.
4. Pero además, el
Salvador quiso decir que la satisfacción que Él dio a
la justicia de Dios había sido consumada. Ahora
la deuda había sido saldada hasta el último centavo. La expiación y la
propiciación fueron hechas de una vez por todas y para siempre, por medio de esa
única ofrenda hecha en el cuerpo de Jesús en el madero. Allí estaba
la copa; el infierno estaba en ella; el Salvador la bebió: no dio un
trago y luego una pausa; no dio un sorbo y luego un descanso; sino que Él la
agotó hasta que no quedó ni un solo residuo correspondiente a
alguien de Su pueblo. El gran látigo de diez correas de la ley fue
desgastado en Su espalda; no ha quedado ningún azote para golpear a alguien por quien Jesús murió. El gran cañoneo de la justicia de Dios ha
utilizado todas sus municiones; no queda nada que pueda ser lanzado contra un
hijo de Dios. ¡Oh justicia, tu espada está envainada! ¡Tu trueno
está silenciado, oh Ley! Ahora no queda nada de todas las aflicciones, y
dolores, y agonías que debieron haber sufrido por sus pecados los pecadores elegidos, pues Cristo ha soportado todo por Sus propios
amados, y “consumado es.”
Hermanos,
es más de lo que pueden decir
jamás los condenados en el infierno. Si
ustedes y yo hubiéramos sido obligados a satisfacer la justicia de Dios siendo enviados al infierno, nunca hubiéramos podido
decir: “Consumado es.” Cristo ha pagado la deuda que todos los
tormentos de la eternidad no hubieran podido pagar. Almas perdidas, ustedes
sufren hoy, como han sufrido por muchas edades pasadas, pero la
justicia de Dios no ha sido satisfecha; Su ley no ha sido plenamente
engrandecida.
Y
cuando el tiempo termine, y la eternidad flote para siempre, para siempre, sin
haber pagado ningún saldo de la deuda, el castigo por el pecado debe recaer
sobre los pecadores que no han sido perdonados.
Pero
Cristo ha hecho lo que todas las llamas del abismo no podrían hacer en toda la
eternidad; Él ha engrandecido la ley y la ha hecho honorable, y ahora clama
desde la cruz: “Consumado es.”
5. Además, cuando
dijo: “Consumado es,” Jesús había destruido totalmente el
poder de Satanás, del pecado, y de la muerte. El campeón se
ha alistado para combatir por la
redención de nuestra alma, contra todos
los enemigos. Él se enfrentó al pecado.
Horrible, terrible, el omnipotente
Pecado lo clavó en la cruz; pero en esa
acción, Cristo también clavó al Pecado en la cruz. Allí estuvieron los dos
clavados juntos: el Pecado y el destructor del Pecado. El pecado destruyó a
Cristo y mediante esa destrucción, Cristo destruyó al pecado.
A
continuación vino el segundo enemigo, Satanás. Él asaltó a Cristo con todas sus
huestes. Llamando a sus esbirros desde cada rincón y cada cuartel del universo,
dijo: “¡Despierten, levántense, o quédense caídos para siempre! ¡Aquí está nuestro
gran enemigo que ha jurado herir mi cabeza; ahora hiramos Su calcañar!” Ellos
lanzaron sus dardos infernales a Su corazón; derramaron sus calderos hirvientes
en Su cerebro; vaciaron su veneno en Sus venas; escupieron sus insinuaciones en
Su rostro; susurraron sus diabólicos miedos a Su oído. Él estuvo solo, el león
de la tribu de Judá, perseguido por todos los perros del infierno.
Nuestro
campeón no se descorazonó, sino que usó Sus armas santas, golpeando a derecha e
izquierda con todo el poder de Su humanidad apoyada por Dios.
Las
huestes se le echaron encima; descarga tras descarga fue arrojada contra él.
Estos no eran remedos de truenos, sino descargas del tipo que podrían sacudir
las propias puertas del infierno. El conquistador avanzó con firmeza,
derribando sus escuadrones, haciendo pedazos a Sus enemigos, rompiendo el arco
y haciendo añicos la lanza, y quemando los carros en el fuego, mientras
clamaba, “¡En el nombre de Dios voy a destruirlos!” Al fin, paso a paso, se enfrentó
al campeón del infierno, y ahora nuestro David combatió a Goliat. La lucha no
duró mucho; las tinieblas que se juntaron alrededor de ambos fueron muy densas;
pero el que es el Hijo de Dios así como el Hijo de María, sabía cómo golpear al
enemigo, y en efecto lo golpeó con furia divina, hasta que, habiéndolo despojado
de su armadura, habiendo detenido sus encendidos dardos, y habiendo herido su
cabeza, clamó: “Consumado es,” y envió al diablo, sangrando y aullando, a lo
profundo del infierno. Podemos imaginarlo siendo perseguido por el eterno
Salvador, que exclama—
“¡Traidor!
Mi rayo te encontrará y te
traspasará por completo,
Aunque te sumerjas bajo la ola
más profunda del infierno,
Buscando una tumba
protectora.”
Su
centella alcanzó al enemigo, e inmovilizando sus dos manos, el Salvador lo ató
con grandes cadenas. Los ángeles trajeron la carroza real desde las alturas, a
cuyas ruedas fue atado cautivo el diablo. ¡Arrea los corceles para que suban
las colinas eternas! Los espíritus hechos perfectos salen a Su encuentro. ¡Entonen
himnos al conquistador que arrastra tras de sí a la muerte y al infierno, y
lleva cautiva a la cautividad! “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos
vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria.” ¡Miren! Agarra al
demonio y lo arroja al fondo a través de la noche sin límites, quebrantado,
herido, con su poder destruido, despojado de su corona, quedando atrapado para siempre
en el abismo del infierno.
Así,
cuando el Salvador clamó: “Consumado es,” había derrotado al Pecado y a
Satanás; igualmente había vencido a la Muerte. La muerte había venido en Su
contra, como lo expresa Christmas Evans, con su dardo encendido que hundió en
el Salvador, hasta el punto fijado en la cruz, y cuando intentó sacarlo de
nuevo, dejó allí su aguijón. ¿Qué más podía hacer? Estaba desarmado. En ese instante
Cristo liberó a algunos de sus prisioneros; pues muchos de los santos se
levantaron y fueron vistos por muchas personas: entonces le dijo: “Muerte, te
arrebato tus llaves; debes vivir todavía un poco de tiempo más, para ser el
guarda de esas camas en las que dormirán mis santos, pero dame tus llaves.” Y ¡he
aquí!, el Salvador tiene hoy las llaves de la muerte que cuelgan de Su
cinturón, y espera la hora que vendrá de la que nadie sabe nada, cuando la
trompeta del arcángel sonará como las trompetas de plata del Jubileo, y
entonces Él dirá: “Suelta mis cautivos.” En ese momento las tumbas serán
abiertas en virtud de la muerte de Cristo, y los cuerpos de los santos vivirán
otra vez en una eternidad de gloria—
“¡Consumado es!
Oigan el grito del Salvador que
agoniza.”
II. En segundo
lugar, DEBEMOS OÍR Y MARAVILLARNOS.
Percibamos
qué cosas poderosas fueron ejecutadas y obtenidas por estas palabras,
“Consumado es.” De esta manera Él ratificó
el pacto. Ese pacto fue firmado y sellado con anterioridad,
y en todas las cosas fue bien ordenado, pero cuando Cristo dijo: “Consumado
es,” entonces el pacto fue asegurado doblemente; cuando la sangre del corazón
de Cristo salpicó el rollo divino, ya no se podría revertir nunca, ni ninguna de
sus ordenanzas podría ser quebrantada, ni ninguna de sus estipulaciones podría
fallar. Ustedes saben que el pacto era en este sentido.
Dios
establece por Su parte que dejaría que Cristo viera el fruto del trabajo de Su
alma; que todos los que le fueron dados tendrían nuevos corazones y espíritus
rectos; que serían lavados de pecado, y que entrarían en la vida por medio de
Él. La parte del pacto correspondiente a Cristo era esta: “Padre, yo haré Tu
voluntad; pagaré el rescate hasta la última jota y tilde; Te prestaré obediencia
perfecta y Te daré completa satisfacción.” Ahora, si esta segunda parte del
pacto no se hubiera cumplido nunca, la primera parte habría sido inválida, pero
cuando Jesús dijo: “Consumado es,” entonces ya no quedó nada por hacer por Su parte,
y ahora el pacto está todo de un solo lado. Es el “Yo haré,” de Dios, y por
consiguiente “ellos harán.” “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo
dentro de vosotros.” “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados
de todas vuestras inmundicias.” “El día que os limpie de todas vuestras
iniquidades.” “Les haré andar por sendas que no habían conocido.” “Y yo también
te haré volver.” El pacto fue ratificado ese día. Cuando Cristo dijo:
“Consumado es,” Su Padre fue honrado, y la divina
justicia fue plenamente manifiesta.
Ciertamente
el Padre siempre amó a Su pueblo. No piensen que Cristo murió para hacer de
Dios un Padre amante. Él siempre lo amó desde antes de la fundación del mundo,
pero “Consumado es,” quitó las barreras que estaban en el camino del Padre. Él
quería, como un Dios de amor, y ahora Él podía, como un Dios de justicia,
bendecir a los pobres pecadores. Desde ese día el Padre se agrada de recibir a
los pecadores en Su pecho.
Cuando
Cristo dijo: “Consumado es,” Él
mismo fue glorificado. Entonces sobre
Su cabeza descendió la gloriosa corona. Al instante el Padre le dio todos los
honores que no había tenido antes. Él tenía honor como Dios, pero como hombre
Él fue despreciado y desechado; ahora como Dios y hombre Cristo fue sentado
para siempre en el trono de Su Padre, coronado con honor y majestad. En ese
momento, también, por medio del “Consumado es,” el Espíritu fue obtenido para
nosotros—
“Es por el mérito de la muerte
De Quien fue colgado del
madero,
Que el Espíritu es enviado
para que sople
En esos huesos secos que somos
nosotros.”
Entonces
el Espíritu que Cristo había prometido en otro tiempo, percibió un camino nuevo
y vivo a través del cual podía venir para habitar en los corazones de los hombres,
y para que los hombres pudieran subir y habitar con Él en lo alto.
Ese
día también, cuando Cristo dijo: “Consumado es,” las palabras tuvieron efecto en el
cielo. Ese día los muros de crisólito se
afirmaron; entonces la luz color jaspe de la ciudad con puertas de
perlas, brilló como la luz de siete días. Antes, por decirlo así, los santos
habían sido salvados a crédito. Habían entrado en el cielo, porque Dios
tenía fe en Su Hijo Jesús. Si Cristo no hubiera terminado Su obra,
ciertamente hubieran tenido que abandonar sus esferas luminosas, y
hubieran tenido que sufrir en sus propias personas por sus pecados. Yo podría
representar el cielo, si le fuera permitido a mi imaginación por un
momento, como si estuviera listo a bambolearse si Cristo no hubiera
terminado Su obra; sus piedras se hubieran desatado; independientemente de cuán macizos y estupendos sean sus bastiones, se habrían
derrumbado como se estremecen las ciudades terrenales bajo los horrores de un terremoto.
Pero
Cristo dijo: “Consumado es,” y el juramento, y el pacto, y la sangre, fijaron
con firmeza el lugar de habitación de los redimidos, hicieron suyas sus
mansiones de manera segura y eterna, y ordenaron que sus pies estuvieran firmes
sobre la roca. Es más, esas palabras “Consumado es,” tuvieron efecto en la lóbregas
cavernas y profundidades del INFIERNO. En ese momento Satanás golpeó furioso
sus cadenas de hierro, aullando “soy derrotado por el propio hombre al que yo
pensé que vencería; mis esperanzas están destrozadas; nunca vendrá a mi casa- prisión
ninguno de los elegidos; en mi habitación nunca se hallará a alguien comprado
con la sangre.”
Las
almas perdidas se lamentaron ese día, pues dijeron: “Consumado es, y si a
Cristo mismo, el sustituto, no se le permitió que se fuera libre mientras no
hubiera terminado todo Su castigo, entonces nosotros nunca seremos libres.” Fue
su doble tañido fúnebre, pues dijeron, “¡Ay de nosotros! La justicia, que no
permitió que el Salvador escapara, nunca permitirá que tengamos libertad.
Consumado es en cuanto a Él, y por tanto nunca será consumado en cuanto a
nosotros.”
Ese
día también la tierra tuvo un destello de luz sobre ella que no había conocido
antes. En ese instante los picos de sus montañas comenzaron a brillar al
levantarse el sol, y aunque sus valles todavía están cubiertos por la
oscuridad, y los hombres vagan de aquí para allá, y andan a tientas al mediodía
como si fuera de noche, sin embargo, ese sol se está levantando, está subiendo
gradualmente sus escalones celestiales, para no ponerse más, y sus rayos pronto
penetrarán las densas nieblas y las nubes, y todo ojo Lo verá, y todo corazón
será alegrado por Su luz. Las palabras “Consumado es” consolidaron el cielo,
sacudieron el infierno, consolaron la tierra, agradaron al Padre, glorificaron
al Hijo, trajeron al Espíritu Santo, y confirmaron el pacto eterno para toda la
simiente elegida.
II. Y ahora, paso a
mi último punto, sobre el cual voy a hablar brevemente.
“Consumado
es.” DEBEMOS PUBLICARLO.
Hijos
de Dios, ustedes que por fe recibieron a Cristo como su todo en todo, proclamen
cada día de sus vidas que “Consumado es.” Vayan y díganlo a quienes se están
torturando a sí mismos, pensando ofrecer satisfacción por medio de obediencia y
mortificación. Aquel hindú que está allá, está a punto de arrojarse sobre los
clavos. ¡Detente, pobre hombre! ¿Por qué habrías de sangrar? Pues, “Consumado
es.” Aquel faquir está sosteniendo su mano erecta hasta que los clavos
traspasen su carne, torturándose con ayunos y privaciones. Cesa, cesa, pobre
desgraciado, deja todos esos dolores, pues “Consumado es.”
En
todas partes de la tierra hay quienes piensan que la miseria del cuerpo y del
alma puede ser una expiación por el pecado. Corre hacia ellos, detenlos de su
locura y diles: “¿Por qué haces esto? Consumado es.” Cristo ha sufrido todos
los dolores que Dios exige; toda la satisfacción que demanda la ley por medio
de la agonía de la carne, Cristo ya la ha sufrido. “¡Consumado es!”
Y
cuando hayan hecho esto, busquen a continuación a los ignorantes cumplidores de
votos de Roma. Cuando vean a los sacerdotes dando la espalda al público,
ofreciendo cada día el pretendido sacrificio de la misa, y mostrando la hostia
en alto (un sacrificio, dicen) “un sacrificio incruento para los vivos y los
muertos,” clamen, ¡detente, falso
sacerdote, detente! Pues, “Consumado es.” ¡Cesa, falso adorador, cesa de
inclinarte, pues “Consumado es”! Dios no pide ni acepta ningún otro sacrificio que
el que Cristo ofreció de una vez por todas sobre la cruz.
A
continuación vayan a los insensatos en medio de sus compatriotas que se llaman
a sí mismos protestantes, pero que son seguidores del Papa, después de todo,
que piensan que mediante sus ofrendas y
su oro, sus oraciones y sus votos, que por asistir a la iglesia o a la
capilla, por sus bautismos y sus confirmaciones, se harán a sí mismos aptos para
Dios; díganles: “Deténganse, ‘Consumado es’; Dios no necesita esto de ustedes. Él ya ha recibido suficiente;
¿por qué quieren colgar sus harapos inmundos del lino fino de la justicia de
Cristo? ¿Por qué quieren agregar su
moneda falsificada al caro rescate que Cristo ha pagado a la casa del
tesoro de Dios? Cesen de sus dolores, de sus obras, de sus representaciones,
pues ‘Consumado es’; Cristo lo ha hecho todo.” Este texto basta para dispersar
al Vaticano a los cuatro vientos. Coloquen esto en la base del Papado, y como
un tren cargado de pólvora debajo de una roca, lo desintegrará en el aire.
Este
es el trueno contra toda justicia humana. Únicamente dejen que venga como una
espada de dos filos, y sus buenas obras y sus finas representaciones pronto
serán arrojadas fuera. “Consumado es.” ¿Por qué perfeccionar lo que ya está
consumado? ¿Por qué tratar de añadir a lo que ya está completo? La Biblia está
terminada, quien quiera añadirle algo verá su nombre borrado del Libro de la
Vida, y se verá fuera de la ciudad santa: la expiación de Cristo está
consumada, y quien quiera agregarle algo, debe esperar la misma condenación. Y
cuando lo hayan proclamado así al oído de los hombres de cada nación y de cada
tribu, díganlo también a todas las pobres almas desesperadas. Las encuentran de
rodillas, clamando: “oh Dios, ¿qué puedo hacer para compensar mis ofensas?”
Díganles: “Consumado es;” la recompensa ya fue entregada.
“¡Oh
Dios!” dicen, “¿cómo puedo alcanzar una justicia en la que Tú puedas aceptar a
un gusano como yo?” Diles: “Consumado es;” su justicia ya está obrada; no
tienen necesidad de esforzarse por añadirle algo, ya que “Consumado es.” Busca
al pobre hombre desdichado y desesperado, que se ha rendido, no solamente a la
muerte, sino a la condenación; aquel que dice: “no puedo escapar del pecado, no
puedo ser salvado de su castigo.” Dile: “El camino de la salvación está consumado
de una vez por todas.” Y si te encuentras algunos cristianos profesantes que se
debaten en dudas y temores, diles: “Consumado es.” Vamos, tenemos cientos y
miles que realmente han sido convertidos, pero que no saben que “Consumado es.”
Nunca saben que están seguros. No saben que “Consumado es.”
Piensan
que hoy tienen fe, pero que tal vez se pueden volver incrédulos mañana. No
saben que “Consumado es.” Esperan que Dios los acepte, y hacen algunas cosas,
olvidando que el camino de aceptación está consumado. Dios acepta igual a un
pecador que creyó en Cristo hace sólo cinco minutos, como acepta a un santo que
Lo ha conocido y amado durante ochenta años, pues no acepta a los hombres por
algo que ellos hagan o sientan, sino simple y únicamente por lo que Cristo
hizo, y eso está consumado.
¡Oh,
pobres corazones! Algunos de ustedes ciertamente aman al Salvador en alguna
medida, pero ciegamente. Ustedes están pensando que deben hacer esto, y
alcanzar aquello, y entonces pueden estar seguros que son salvos. ¡Oh! Pueden
estar seguros de ello hoy: si creen en Cristo son salvos. “Pero yo siento
imperfecciones.” Sí, ¿y qué? Dios no mira tus imperfecciones, sino que las
cubre con la justicia de Cristo. Las ve para quitarlas, pero no para cargarlas
a tu cuenta. “Ay, pero yo no puedo ser lo que quisiera ser.” Y ¿qué si no puedes
serlo? Dios no te mira a ti, a lo que eres en ti mismo, sino a lo que eres en
Cristo.
Ven
conmigo, pobre alma, y tú y yo estaremos juntos hoy, mientras ruge la tormenta,
pues no tenemos miedo. ¡Qué tremendo es el resplandor de ese rayo! ¡Cuán
terrible el retumbo de ese trueno! Y sin embargo, no estamos alarmados, y ¿por
qué? ¿Hay algo en nosotros que nos permita escapar? No, pero estamos bajo la
cruz: esa preciosa cruz, que como algunos nobles conductores de rayos en la
tormenta, toma sobre sí toda la muerte que produce el rayo, y toda la furia que
viene de la tempestad. Nosotros estamos seguros. ¡Puedes rugir muy fuerte, oh tronante
Ley, y puedes resplandecer terriblemente, oh justicia vengadora!
Nosotros
podemos ver con calmado deleite todo el tumulto de los elementos, pues nos
encontramos bajo la cruz.
Vengan
otra vez conmigo. El banquete real está preparado; el propio
Rey
se sienta a la mesa, y los ángeles son los que atienden. Entremos. Y realmente
entramos, y nos sentamos y comemos y bebemos; pero, ¿cómo nos atrevemos a hacer
eso? Nuestra justicia propia equivale a harapos inmundos; ¿cómo nos atrevemos a
venir aquí? Oh, porque los harapos inmundos ya no son nuestros. Hemos
renunciado a nuestra propia justicia, y por tanto hemos renunciado a los
harapos inmundos, y hoy nos cubrimos con las vestiduras reales del Salvador, y
de la cabeza a los pies estamos vestidos de blanco, sin mancha ni arruga ni
cosa parecida; estamos a plena luz clara del sol: negros, pero con la gracia; despreciables
en nosotros mismos, pero gloriosos en Él; condenados en Adán, pero aceptados en
el Amado. Ni tenemos miedo ni nos avergonzamos de estar con los ángeles de
Dios, de hablar con el glorificado; es más, ni siquiera nos alarmamos de hablar
con el propio Dios y llamarlo nuestro amigo.
Y
ahora, después de todo, yo publico esto a los pecadores. No sé dónde estás el
día de hoy, pero confío que Dios te encuentre; tú que has sido un borracho,
blasfemo, ladrón; tú que has sido un sinvergüenza de la peor calaña; tú que te
has sumergido en el propio desagüe y te has revolcado en el cieno: si hoy
sientes que el pecado es odioso para ti, cree en Quien ha dicho: “Consumado es.”
Déjame que una mi mano con la tuya; vamos juntos, ambos, y digamos: “Aquí están
dos pobres almas desnudas, buen Señor; nosotros no podemos vestirnos;” y Él nos
dará un manto, pues “Consumado es.” “Pero, Señor, ¿es lo suficientemente largo
para pecadores como nosotros, y lo suficientemente ancho para ofensores así?”
“Sí,” responde Él, “Consumado es.” “¡Pero Señor, necesitamos un baño! ¿Hay algo
que pueda quitar manchas negras tan repugnantes como las nuestras?” “Sí,” dice
Él, “aquí está el baño de sangre.” “Pero, ¿no debemos agregarle nuestras
lágrimas?” “No,” responde Él, “no, consumado es, es suficiente.” “Y ahora,
Señor, Tú nos has lavado, y nos has vestido, pero quisiéramos estar
completamente limpios por dentro, de tal forma que no pequemos más; Señor, ¿hay
alguna manera de lograr esto?” “Sí,” dice Él, “hay un baño de agua que fluye del
costado traspasado de Cristo.” “Y, Señor, ¿hay lo suficiente para lavar mi
culpabilidad así como mi culpa?” “Ay,” responde Él, “consumado es.” “Cristo
Jesús nos ha sido hecho santificación y redención.”
Hijo
de Dios, ¿quieres tener la justicia consumada de Cristo el día de hoy, y te
regocijarás en ella más que nunca lo has hecho en el pasado? Y ¡oh!, pobre
pecador, ¿quieres tener a Cristo o no? “Ah,” dice alguien, “yo lo quiero realmente,
pero soy indigno.” Él no quiere ningún merecimiento.
Todo
lo que Él pide es que quieras, pues Tú sabes lo que Él dice: “Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.” Si Él te ha
dado el querer, puedes creer en la obra terminada de Cristo hoy mismo. “¡Ah!,”
dices, “pero tú no te estás refiriendo a mí.” Claro que me refiero a ti, pues dice, “A todos los sedientos.” ¿Tienes sed de Cristo? ¿Quieres ser salvado por Él? “A todos los sedientos,” no únicamente aquella joven mujer que está por allá, no
simplemente aquel caballero de cabellos canos por allí, que por largo tiempo ha
despreciado al Salvador, sino también para toda la gente que está allá abajo, y
ustedes que están en los dos pisos de balcones: “A todos los sedientos: Venid a
las aguas, y los que no tienen dinero, venid.” ¡Oh, que yo pudiera “forzarlos”
a venir! Grandioso Dios, haz que el pecador quiera ser salvado, pues él quiere ser
condenado, y no quiere venir a menos que Tú le cambies su voluntad! ¡Espíritu
eterno, fuente de luz, y de vida, y de gracia, desciende y conduce a casa a los
extranjeros! “Consumado es.” Pecador, ya no hay nada que todavía deba hacer
Dios. “Consumado es;” y no hay nada que debas hacer tú. “Consumado es;” Cristo
ya no necesita sangrar. “Consumado es;” no necesitas llorar. “Consumado es;”
Dios el Espíritu Santo no necesita tardarse por causa de tu indignidad, y tú no
necesitas esperar por causa de tu impotencia.
“Consumado
es;” cualquier piedra de tropiezo es rodada fuera del camino; las barras de
bronce han sido rotas, las puertas de hierro se han hecho pedazos. “Consumado
es;” ¡vengan y sean bienvenidos, vengan y sean bienvenidos!
La
mesa está servida; los novillos engordados han sido sacrificados; los bueyes
están listos. ¡Miren! ¡Aquí está el mensajero! ¡Vengan de los caminos y de los
vallados; vengan de los escondrijos y de los desagües de Londres; vengan,
ustedes que son los más viles de los viles; ustedes que se odian a sí mismos
hoy, vengan! Jesús los llama; ¡oh!, ¿se tardarán en venir? ¡Oh! ¡Espíritu de
Dios, repite la invitación, y conviértela en un llamado eficaz para muchos
corazones, por nuestro Señor
Jesucristo!
Amén.
Nota del traductor:
(1)
Alborak: caballo alado imaginario con cara de mujer y cola de pavo real, blanco
como la leche, en el que cabalgó Mahoma para ser transportado al cielo. Es una
personificación del rayo.
(2)
Lanzadera: utensilio en donde va colocado el carrete de hilo, que es utilizado
en los telares.
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