viernes, 28 de diciembre de 2012

DOCTRINA DE LA GRACIA 2


Doctrina de la Gracia II: Elección Incondicional de Dios

SEGUNDO DESAFÍO:
“La elección de Dios no es incondicional. En el principio, Dios previó quienes iban a escogerle en el futuro, y por ello, reveló su gracia escogiéndoles. Es la única explicación coherente para la predestinación.”



     La predestinación, o elección de Dios sobre quién será salvo, es una doctrina muy controversial dentro de las congregaciones cristianas. En la actualidad muchos jamás han escuchado sobre estos conceptos, y al ver tan comprometida la libre elección del hombre en el asunto de la salvación muchos terminan por considerarla una herejía. Otros, conociendo su significado, la desechan por completo, aún estando al tanto de su base bíblica. No obstante, la controversia principal no nace de las interpretaciones, sino más bien de los mismos textos bíblicos. Revisemos algunos de los pasajes que contienen esta doctrina:


“según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efesios 1:4-5).

“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Romanos 8:33).

“Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad”(Tito 1:1).

“¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?...” (Lucas 18:7).

“…y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hechos 13:48).

“Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti…” (Salmo 65:4).

“…y juntará a sus escogidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo” (Marcos 13:27).

“Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mateo 22:14).

“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados…” (Colosenses 3:12).

“…mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:22).

“Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que aquellos obtengan salvación…” (2 Timoteo 2:10).

“Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia” (Romanos 11:5).

“Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa…” (1 Pedro 2:9).


       La doctrina de la predestinación es más que clara. Los conceptos de “escogidos” o “predestinados para salvación” se repiten constantemente en la Escritura. No existe sombra de duda en las palabras de Jesús ni de los apóstoles al hablar de una elección de Dios para la salvación. La Escritura nos revela que Dios incluso antes de crear el cosmos ya había escogido a una multitud de hombres y mujeres para ser rescatados del pecado y llevados a la eternidad. Dios como un ser omnisciente sabía desde el principio los eventos futuros tales como la creación, la caída del hombre y su completa depravación, y aún así, escogió a un puñado de pecadores para ser redimidos. Cabe mencionar también que la palabra “iglesia”, proveniente del griego “Ekklesia” significa “el llamado al algunos”.

       Esto causa completa desilusión en la cristiandad. No podemos concebir que Dios tenga un amor especial por algunos, tener piedad sólo de unos pocos, mientras todos los demás deban ir al infierno. – Esto es injusto -. Replican muchos. Sin embargo, nuestros estándares de justicia nunca deben superponerse a las Escrituras. Si interpretamos la Palabra de Dios conforme a nuestra percepción de la justicia es muy probable que jamás lleguemos al significado correcto de la Escritura. Aún así, la justicia de Dios es evidente en toda la Palabra, asegurando que la justa retribución por nuestra condición de pecado es la muerte (Romanos 6:23). Sin perjuicio de lo anterior, la consulta es, ¿Por qué Dios escogería a quién salvar y a quién no? ¿Por qué Dios no salva a todos los pecadores o sencillamente a ninguno? Nos resulta más justo tolerar que Dios nos entregue la última palabra en la salvación de nuestras almas, ignorando en lo absoluto que somos completamente incapaces de escogerle a Él, antes de siquiera imaginar que Dios ordenó a sólo algunos para la vida eterna. Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, nuestras convicciones de si esto es justo o no jamás deben condicionar nuestro entendimiento de la Palabra de Dios. De otro modo, nuestro concepto de la Escritura no será bíblico, sino más bien cultural, y recordemos que la Escritura no es de interpretación privada (2 Pedro 1:20).

     No importa cuánto tapemos nuestros oídos a la idea de la predestinación en la Biblia, siempre estará presente desafiando nuestras inalterables interpretaciones que defienden la elección del hombre por Dios. Es tan clara que Jesús y los apóstoles la daban por hecho, no demoraban en explicarla. Esta fuera de toda discusión el que Dios haya escogido desde antes de la fundación del mundo a los salvados. Sin embargo, muchos, al ver cada una de las evidencias bíblicas que apuntan a la elección o predestinación de Dios, hacen verdaderas acrobacias teológicas para interpretar de manera “coherente” estos textos. Antes de ser apegados a las Escrituras, son fieles a sus propias percepciones y razonamientos culturales, sociales y filosóficos, a fin que ninguno de los pasajes que nos hablen de una elección de parte de Dios atente contra el sistema teológico que hemos diseñado con el tiempo.

      Las enseñanzas actuales consideran que si existe algo así como la predestinación, esta es condicionada a la fe de los previamente escogidos. Dios, antes de la creación, sabía quiénes iban a aceptarle en el futuro, y por ello, respondió escogiéndoles de igual manera. Esto presupone que el hombre tiene la capacidad de escoger a Dios, lo que, por lo revisado en el primer desafío, no es bíblico. Sin embargo, según esta doctrina, Dios condiciona su elección a la respuesta de los pecadores. El pasaje que al parecer justifica esta posición es: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó…”(Romanos 8:29). Según esta doctrina, el que Dios haya conocido cada nombre de los salvados es prever su respuesta, es decir, la palabra “conoció” es equivalente a “previó”. Sin embargo, ¿Es esta una conclusión del todo bíblica? Revisémoslo a la luz de la Palabra Santa.


¿Quién fue el que amó primero?

     En la doctrina de la elección condicional, es decir, la previsión de Dios de los que iban a creer en Él, Dios nuevamente es un ser expectante en la salvación. Dios ha previsto quiénes le escogerían en el tiempo y quiénes no, y bajo esta condición Él respondería predestinándoles desde antes de la creación. Sin embargo, este enfoque tiene variados errores con respecto a la Escritura. Tan sólo veamos quién es el que realmente tuvo la primera elección:


“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca…” (Juan 15:16).

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros…” (1 Juan 4:10).

“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).


      Esta fuera de discusión, no existe ninguna duda. La Escritura nos dice enfáticamente que Dios escogió a los salvados primero, no fuimos nosotros quienes escogimos a Dios. Aún presentando el énfasis en Juan 15:16, muchos pueden negar la elección soberana de Dios en las menciones de 1 Juan 4, apelando a que el amor de Dios no es lo mismo que su elección. Sin embargo, en la Palabra de Dios, los “amados” suelen ser un equivalente de los “escogidos”. Notemos un ejemplo en las palabras del apóstol Pablo:


“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos AMADOS por el Señor, de que Dios os haya ESCOGIDO desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”
(2 Tesalonicenses 2:13).


       Podemos ver en este pasaje, que el hecho de ser amado por el Señor involucra de inmediato que Dios le “haya escogido desde el principio para salvación”. En el capítulo 8 de Romanos, desde los versículos 28 en adelante, nos encontramos con una bella exposición del apóstol Pablo sobre la elección soberana de Dios. Hablando de los “escogidos”, y siendo participe de ellos, el apóstol Pablo concluye: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio del que nos amó” (Romanos 8:37). Así pues los amados de Dios son sus escogidos. A su vez la Escritura dice que Dios conoce a sus amados: “…Conoce el Señor a los que son suyos…” (2 Timoteo 2:19), y estos también le conocen: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:14).

      El hombre desde su condición muerta en delitos y pecados no puede responder salvadoramente al evangelio. La pobre idea que Dios condicionó su elección a la respuesta de los futuros creyentes no sólo es descartada por su inconsecuencia con la verdad que Él nos amó primero, sino también por su negación a la muerte espiritual que el pecado ha creado en el hombre, asumiendo que tenemos la capacidad común de responder eficazmente al evangelio.



La elección incondicional


“…muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?”
(Juan 6:60)


     Las interpretaciones alternativas a los pasajes de la predestinación proponen que Dios condicionó su elección soberana a la reacción o respuesta del pecador. Dios preveía quiénes serían los “electores por Dios”, y los premiaba predestinándoles desde antes de la fundación del mundo. Sin embargo, este planteamiento es sumamente contradictorio con la Escritura. Tan sólo revisemos cuan alejado de la Palabra Santa está y cuán acertada es la Escritura al hablarnos sobre este tema:


“Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”
(Romanos 9:9-13)


       Al comentar sobre la elección de Dios por Israel, el apóstol Pablo no tiene duda en decir que el propósito de Dios era escoger a Jacob, y no a Esaú, sin siquiera haber hecho nada, ni bien ni mal. El apóstol nos menciona que la elección de Dios no está condicionada a la fe o las obras de los hijos de Isaac, sino que antes que nacieran Él predispuso que uno continuaría la descendencia y el otro no sería recipiente de la bendición, y esto no por sus obras, sino sólo por su gracia. Asimismo fue escogido el pueblo de Israel de todos los pueblos, no por algo que ellos hayan hecho, sino por el decreto soberano y supremo de Dios: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó…”(Deuteronomio 7:7-8). Según las palabras del apóstol., Dios ha observado en el tiempo que su propósito se cumpla, no por las obras de los llamados, sino por Él, quien es el que llama. Nuevamente la gloria por toda la salvación y su soberana elección es de Dios, no del hombre.
       Para muchos el hecho que Dios haya escogido a los salvados antes de la fundación del mundo es una especie de delito contra la humanidad. Dios no puede ser tan injusto para escoger a unos y aborrecer a otros. Sin embargo, en este mismo pasaje el apóstol exhorta:


“¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca”
(Romanos 9:14-15).

      Dios es justo, en cada destello de su gloria. Si tan sólo hubiese aún un mínimo de injusticia en Él, ya dejaría de ser justo, y por tanto dejaría de ser Dios. El apóstol no titubea al decir que en ninguna manera hallaremos injusticia en Dios, antes seamos todos injustos y Él única y perfectamente justo: “…antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso…” (Romanos 3:4). Otro punto importante es que Dios evidencia un amor especial por algunos, de otra forma la Escritura no nos revelaría que su misericordia yace en su decisión soberana: “De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Romanos 9:18).

       Esto con seguridad puede resultar muy confuso para el que escucha estas palabras por primera vez, algo que no paso por alto Martín Lutero:



“Que Dios de su voluntad haya endurecido y condenado a algunos y les haya permitido continuar en sus caminos perversos es algo que ofende profundamente nuestra naturaleza racional; pero son abundantes las pruebas de que tal es verdaderamente el caso; es decir, la única razón por la que algunos son salvados y otros perecen procede de la determinación divina de salvar a unos y dejar a otros perecer, conforme a las palabras de San Pablo: “De quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece”
(Predestinación, Loraine Boettner, Pág. 63)


       Para muchos estos pasajes presentan tantas contradicciones con los estándares culturales y privados de la justicia que deben ser interpretados de una forma alternativa a lo que expone el texto. La idea de la elección condicionada a la fe o respuesta de los pecadores se desvanece cada vez que avanzamos en las Escrituras. Tan sólo veamos que no es el hombre quien elige a Dios, aún en la idea que desea la salvación, sino más bien es Dios el principal protagonista en la salvación, y es Él quién dirime sobre este tema:


“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”
(Romanos 9:16).


       La pregunta ahora es: si Dios muestra su misericordia con los que ha predestinado para su gloria, y endurece a quién Él desea, ¿Por qué entonces inculpa de pecado? Esta es una cuestión que el apóstol Pablo no pasó por alto:


“Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Más antes, oh hombre, ¿quién eres tú para que alterques con Dios?...”
(Romanos 9:19-20).


     Todos en un momento llegamos a la misma consulta: ¿Por qué Dios no salva a toda la humanidad? ¿O ha nadie? Sin embargo, nadie se hace la verdadera consulta: ¿Por qué Dios debería salvar a una persona? Dios no le debe a nadie la salvación, nadie es acreedor de su gracia. ¿O no dice la Escritura: “Pero al que obra, no se le cuente el salario como gracia, sino como deuda” (Romanos 4:4)?

Loraine Boettner, en su obra “La predestinación”, explica este punto de la siguiente forma:


“Puede que alguno pregunte, ¿Por qué salva Dios a unos, y a otros no? Esto es algo que pertenece a los consejos secretos de Dios. Precisamente el por qué un hombre recibe y otro no, cuando ninguno merece recibir, no se nos ha revelado. Que a Dios le haya placido otorgarnos su gracia electiva seguirá siendo una adorable maravilla. Ciertamente nada había en nosotros, ni de cualidad ni de obra que pudiera haber atraído la atención de Dios o haberle movido a obrar a favor nuestro o a tener predilección por nosotros (…) La maravilla de maravillas no es que Dios, en su infinito amor y justicia, no haya salvado a toda la raza caída, sino que haya elegido a alguno. Cuando consideramos, por un lado, cuan nefasto es el pecado y cuan merecido su castigo, y por otro, la realidad de la santidad divina y el odio absoluto que Dios siente hacia el pecado, la maravilla es que Dios haya podido obtener el consentimiento de su naturaleza santa para salvar a un solo pecador”
(Predestinación, Loraine Boettner, Pág. 57-58)


Antes de admirar cuán grande ha sido la bondad de Dios de salvar aunque sea a un pecador, somos altivos en exigir que Dios nos salve. Dios no tiene absoluta obligación de salvar a nadie, y si ha previsto en salvar a algunos, esto no es motivo para que le reprochemos, porque, ¿No es el trabajo de Dios hacer lo que a Él le place?:


“…porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, Y HARÉ TODO LO QUE QUIERO”
(Isaías 46:9-10).


     Este es el gran problema y consecuencia que ha dejado el humanismo en nuestra doctrina. Interpretamos la Escritura de tal forma que el hombre y su bienestar eterno sea el fin de todas las cosas, antes que la gloria y el designio de Dios Todopoderoso. Recordemos que el mismo Señor, al alabar al Padre por esconder de los sabios y de los entendidos el significado de sus enseñanzas y revelárselo a los pequeñitos, exclamó: “Sí, Padre, porque así te agradó” (Mateo 11:26). El apóstol Pablo concluye que no somos nada para cuestionar los decretos, la elección y providencia de Dios, antes sea toda la gloria a Él:


“… ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloría…?”
(Romanos 9:20-23).


La predestinación, ¿Un llamado al conformismo?

       Muchas congregaciones cristianas se han mostrado aguerridas a lo largo de toda su historia en contra de la idea de una predestinación de Dios. Por mi parte, durante muchos años me mantuve completamente escéptico sobre la elección de Dios en la Escritura, embriagado por una especie de culto al libre albedrío. Aunque los argumentos que apoyan la elección condicional sean una clara defensa al libre albedrío en la salvación, no son estos los únicos que se exponen al momento de discutir sobre este tema. La idea de una predestinación crea en la mente del creyente una especie de tendencia hacia el conformismo, y por ende, hacia el pecado. El argumento es el siguiente: Si Dios ya te ha elegido para salvación desde antes de la fundación del mundo, ¿Por qué luchar contra el pecado, crecer en la fe y arrepentirse, si de todas formas ya estás ordenado a la vida eterna? Este enfoque nos dice que la idea de una predestinación puede llevar al creyente al sentimiento de licencia para el pecado, confiando en que ha sido elegido, y este llamado, por lo declarado en las Escrituras, es irrevocable por parte de Dios (Romanos 11:29).

      Este argumento se ha prestado para dos posiciones en la cristiandad. La primera, para criticar la posición de la predestinación asegurando que crea un conformismo en el creyente o “elegido”, y la segunda, para abusar de la doctrina de la elección de Dios a fin de pecar deliberadamente confiando en que Él supuestamente ya los ha elegido. Ambas posiciones son ampliamente cuestionables y contradictorias con la Palabra de Dios, ambas ignoran o niegan una característica fundamental del escogido: ser una nueva criatura.

    Aunque este punto lo revisaremos más detenidamente en el cuarto desafío, revisemos un momento una de las características de los escogidos. No importa cuanto usted asegure ser predestinado para salvación, la confesión de ser un cristiano no tiene valor alguno para Dios: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos…” (Mateo 7:21). Jesucristo nos dice que la mera confesión de la salvación no es una evidencia válida de realmente ser salvado. Si Dios ha hecho la obra de salvación y redención de los pecados en el hombre, no dejará sin evidencias al redimido para reconocer si esto realmente ocurrió. Así como tenemos las huellas digitales de nuestro creador impregnadas desde el principio, así Dios dejará evidencias de su obra redentora. El nuevo nacimiento, la salvación, la justificación, el perdón, la adopción y la fe en Cristo Jesús es un evento tan milagroso que dejará notables evidencias en el corazón regenerado. Revisemos uno de los pasajes en que el Señor nos enseña acerca de la elección:


“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis Y LLEVÉIS FRUTO, Y VUESTRO FRUTO PERMANEZCA…”
(Juan 15:16).


       Si alguien dice ser salvo, y no ha sido cambiado tan radicalmente que el pecado que antes tanto amaba ahora aborrece, y que milagrosamente, aún habiendo nacido pervertido delante de Dios, comienza a hacer su voluntad, entonces jamás ha sido rescatado del pecado. Jesús nos dice que: “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”(Mateo 7:18). Para que un árbol malo dé frutos buenos es necesario que el árbol sea cambiado. Mientras no existan evidencias de la obra absoluta de Dios en el hombre, representada en el nuevo nacimiento y aborrecimiento del pecado, no podemos concluir que ha sido salvado, y por consiguiente, que fue escogido por Dios desde antes de la fundación del mundo: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18).

    En el pasaje donde Jesús nos señala sobre su elección por los salvados, nos exhorta que la evidencia de si alguien es escogido de Dios o no, es el fruto del Espíritu Santo que lleva, y PERMANECE en su vida, revelado en un amor hacia Dios, una negación hacia sí mismo y un odio permanente hacia el pecado, evidencias de la obra milagrosa de Dios. El apóstol Pablo defendía este punto diciendo que los salvados son hechura de Dios:


“…creados en Cristo Jesús PARA BUENAS OBRAS, las cuales Dios PREPARÓ DE ANTEMANO PARA QUE ANDUVIÉSEMOS EN ELLAS”
(Efesios 2:10).


    Como protestantes afirmamos que las buenas obras no son requisitos para ser salvos sino más bien la garantía que Dios ha dado a sus escogidos para que estén seguros de su salvación. Si andan en las buenas obras que Dios ha preparado de antemano (prueba de la predestinación) entonces pueden llegar a la conclusión que Dios ha tenido tanta gracia que les ha rescatado del pecado, les ha dado un corazón nuevo para que crean en Él y les ha hecho tener fe y arrepentirse de sus pecados, a fin que cada una de estas cosas sean una alabanza hacia Dios y su designio eterno y soberano.

    Por lo tanto, y basado en las evidencias bíblicas, podemos concluir que Dios ha elegido a los salvados con un propósito: que lleven fruto y este no desaparezca ni sea momentáneo, sino más bien, permanezca hasta el fin. Cualquiera que asegure que fue elegido por Dios, sin demostrar en su vida que ha ocurrido un cambio radical en cada aspecto de su ser, vive engañado en una expectativa antibíblica. Sin santidad nadie verá al Señor, y negar esto, asumiendo que ya estamos elegidos, es una herejía y abominación tremenda.


“elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas”

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