miércoles, 22 de mayo de 2013

La fe que salva



La Escritura claramente indica que lo necesario para la salvación es ejercer una “verdadera fe salvadora” en Cristo. La fe es un instrumento que Dios usa para traer a individuales a una relación salvadora con Él. No es decir que la fe es la fundación de nuestra salvación; sino, es el canal por la cual Dios nos concede la salvación. El teólogo B.B. Warfield dijo, “El poder salvador de la fe reside no en sí mismo, pero sino en el Salvador Todopoderoso en quien resta…No es, hablando estrictamente, la fe en Cristo que salva, pero es Cristo quien salva por medio de la fe”.


La fe viene al creyente como regalo de Dios. No es algo que un individuo es capaz de crear por sí mismo. Si la fe fuera algo que el hombre tuviera que crear, él estaría en una posición de tomar crédito parcial por su propia redención. Pero un concepto así es extraño a los escritores de la Escritura. Pablo anticipó que los hombres iban a tender a jactarse de su parte en la salvación cuando él escribió que la fe (uno de los componentes de la salvación) “es don de Dios…para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Como C. H. Spurgeon le gustaba decir, la salvación es “todo por gracia”.

La fe viene como resultado de la regeneración del Espíritu Santo – Él acelera nuestros corazones para poder creer. Aparte de este nuevo nacimiento, no puede haber una fe verdadera. Por tanto, la fe, aunque se manifieste en acción, viene como resultado de la obra de Dios en nosotros. Dios nos concede la fe y esa fe es evidente a través de nuestras buenas obras que “Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).

La Biblia dice que si creemos en el Señor Jesucristo seremos salvos. Pero, la Biblia no presenta la fe como simplemente “una aprobación mental a los datos del evangelio”. Una verdadera fe salvadora incluye el arrepentimiento del pecado y una confianza completa en la obra de Cristo para salvar del pecado y para justificar a las personas. Los reformadores hablaban de tres aspectos de la fe: reconocimiento de las concesiones de la verdad del evangelio, reconocimiento de su veracidad y exacta respuesta a las necesidades espirituales del hombre, y de un compromiso personal con el Señor Jesucristo quien, por virtud de Su muerte, provee el único sacrificio suficiente para el pecado personal de uno. Cualquiera de estos tres aspectos de la fe, solo, es insuficiente para cumplir la definición bíblica de una fe salvadora. Sin embargo, la presencia de los tres componentes juntos resulta en una fe salvadora. En otras palabras, una fe salvadora consiste de elementos mentales, emocionales y volitivos. Una fe salvadora incluye ambos la mente y la voluntad.

Además de llamarnos a creer en el Señor Jesucristo, el Nuevo Testamento usa varias cifras de expresión para describir la naturaleza de una fe salvadora. Tal vez el más vivido de estas referencias figurativas se encuentra en las palabras de Jesús en el sermón del monte: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6). En este pasaje, Jesús compara una verdadera fe a estar hambriento y sediento. El incrédulo, por virtud de la obra de regeneración del Espíritu Santo, reconoce su necesidad de la nutrición y refrigerio y viene a Jesús pidiéndole que llene su necesidad. Esta es un cuadro lindo de la fe. Primero, hay un reconocimiento de la afirmación de Jesús de ser el “pan de vida” (Juan 6:35) y el poseedor del “agua viva” (Juan 4:10). Segundo, el incrédulo está convencido que la promesa de Jesús es realmente verdadera y que corresponde con exactitud a su profunda hambre y sed. Finalmente, el incrédulo actúa – él le pide a Jesús que le satisfaga su hambre y sed. La verdadera fe escucha, cree, y responde activamente 

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