lunes, 14 de mayo de 2012

DEFENSA DEL CALVINISMO



UNA DEFENSA DEL CALVINISMO
NOTA: ESTE MENSAJE ESTÁ TOMADO DE LA AUTOBIOGRAFÍA
DE C. H. SPURGEON, VOLUMEN UNO.

Es algo grandioso poder comenzar la vida cristiana creyendo en una
doctrina buena y sólida. Algunas personas han recibido veinte “evangelios”
diferentes en un número igual de años. Cuántos evangelios más
aceptarán antes de llegar al fin de su camino, sería difícil de predecir. Le
doy gracias a Dios porque me enseñó desde temprano el Evangelio y he
estado tan perfectamente satisfecho con ese Evangelio que no quiero conocer
ningún otro. El cambio constante de credo es una pérdida segura.
Si un árbol de manzanas tiene que ser arrancado dos o tres veces al año,
no se requiere construir una bodega muy grande para almacenar sus
manzanas.

Cuando la gente siempre está cambiando sus principios doctrinales,
muy probablemente no producirá mucho fruto para la gloria de Dios. Es
bueno que los jóvenes creyentes comiencen con un firme entendimiento
de esas grandiosas doctrinas fundamentales que el Señor ha enseñado
en Su Palabra. Si yo creyera lo que algunos predican acerca de una salvación
temporal y falsa, que sólo dura por un tiempo, escasamente estaría
agradecido por ella. Pero cuando sé que a quienes Dios salva, Él los
salva con una salvación eterna, cuando sé que Él les da una justicia
eterna, cuando sé que los establece sobre un fundamento eterno de amor
eterno y que Él los llevará a Su reino eterno, ¡oh, entonces sí me maravilla
y me sorprende que una bendición así me haya sido otorgada a mí!—

“¡Haz una pausa, alma mía! ¡Adora y asómbrate!
Pregunta: oh, ¿por qué tanto amor por mí?
La Gracia me ha contado entre el número
De los miembros de la familia del Salvador:
¡Aleluya!
Gracias, eternamente gracias, sean dadas a Ti.”

Yo supongo que habrá personas cuyas mentes se inclinan de manera
natural hacia la doctrina del libre albedrío. Yo sólo puedo decir que mi
mente también se inclina de manera muy natural pero hacia las doctrinas
de la Gracia Soberana. Algunas veces, cuando veo en la calle a algunos
de los personajes más malvados, siento como si mi corazón fuera a
estallar en lágrimas de gratitud ¡porque Dios nunca me ha permitido actuar
de la manera que ellos lo han hecho! He pensado que si Dios me
hubiera dejado solo y no me hubiera tocado por Su Gracia, ¡cuán gran
pecador hubiera resultado yo! ¡Hubiera corrido hasta los últimos límites
del pecado y me hubiera zambullido en las propias profundidades del
mal! No me habría detenido ante ningún vicio o insensatez, si Dios no me
hubiese detenido. Siento que yo hubiera sido un verdadero rey de los pecadores,
si Dios me hubiera dejado solo. No puedo entender por qué razón
he sido salvado excepto sobre la base que Dios quiso que así fuera.

A pesar de todo mi esfuerzo, no puedo descubrir ningún tipo de razón
dentro de mí que justifique que yo sea partícipe de la Gracia Divina. Si
en este momento estoy con Cristo, se debe solamente a que Cristo Jesús
puso Su voluntad en mí y esa voluntad era que yo debía estar con Él allí
donde Él está y que yo compartiera de Su gloria. No puedo poner la corona
en ninguna otra parte sino sobre la cabeza de Él, cuya Gracia poderosa
me ha salvado de descender al abismo.
Contemplando mi vida pasada, veo que el amanecer de todo provino
de Dios, efectivamente de Dios. Yo no utilicé ninguna antorcha para iluminar
al sol, sino que el sol me alumbró. Yo no di comienzo a mi vida espiritual;
no, yo más bien daba patadas y forcejeaba contra las cosas del
Espíritu. Cuando Él me atrajo hacia Sí durante un tiempo, yo no corrí
tras Él; había un odio natural en mi alma hacia todo lo santo y lo bueno.
Los requerimientos de amor dirigidos a mí, se desperdiciaban; las advertencias
se las llevaba el viento; los truenos eran despreciados. En cuanto
a los susurros de Su amor, ellos eran rechazados como si fuesen menos
que nada y vanidad.

Pero ahora puedo decir que estoy seguro que, en lo que a mí concierne,
“Él solamente es mi salvación.” Fue Él quien hizo volver mi corazón y
me hizo ponerme de rodillas ante Él. Ciertamente yo puedo decir, conjuntamente
con Doddridge y Toplady—
“La Gracia enseñó a mi alma a orar,
E hizo que mis ojos derramaran lágrimas.”
Y llegando a este punto puedo agregar—
“Únicamente la Gracia me ha preservado hasta ahora,
Y no permitirá que me aleje.”
Puedo recordar muy bien la manera en que aprendí las doctrinas de la
Gracia en un solo instante. Nací arminiano, como todos nosotros lo somos
por naturaleza; todavía creía en las viejas cosas que había escuchado
continuamente desde el púlpito y no veía la Gracia de Dios. Cuando
venía a Cristo pensaba que yo lo estaba haciendo todo por mí mismo y
aunque yo buscaba al Señor sinceramente, no tenía la menor idea que el
Señor me estaba buscando a mí. Yo no creo que el joven converso esté
consciente de esto al inicio. Puedo recordar exactamente el día y la hora
cuando recibí por primera vez en mi alma esas verdades; cuando fueron
grabadas en mi corazón con un hierro candente, como dice Juan Bunyan,
y puedo recordar cómo sentí que había crecido súbitamente de ser
un niño para convertirme en un hombre adulto; que había logrado progresar
en el conocimiento de la Escritura al haber encontrado, de una
vez por todas, la clave de la verdad de Dios.

Una noche de un día de la semana, cuando me encontraba en la casa
de Dios, no estaba tan concentrado en el sermón del predicador, pues no
creía lo que decía. Entonces me vino un pensamiento: ¿cómo llegaste a
ser un cristiano? Yo busqué al Señor. Pero ¿cómo fue que comenzaste a
buscar al Señor? La verdad pasó por mi mente en un instante como un
relámpago: yo no hubiera buscado al Señor sin haber recibido previa Una
mente una influencia que me hiciera buscarlo. Yo oré, pensé yo, pero entonces
me pregunté: ¿cómo fue que comencé a orar? Fui inducido a orar
al leer las Escrituras. Y ¿cómo fue que comencé a leer las Escrituras? Es
cierto que las leí, pero ¿qué fue lo que me llevó a leerlas? Entonces, en
un instante, pude ver que Dios está en el fondo de todo y que Él era el
autor de mi fe, y así la doctrina de la gracia completa se abrió ante mí y
de esa doctrina no me he apartado hasta este día y deseo que mi confesión
constante sea ésta: “yo atribuyo mi cambio enteramente a Dios.”
Una vez asistí a un servicio donde el texto era precisamente “El nos
elegirá nuestras heredades” y el buen hombre que ocupaba el púlpito era
algo más que un pequeño arminiano. Por lo tanto, cuando comenzó, dijo:
“Este pasaje se refiere enteramente a nuestra herencia temporal, no tiene
absolutamente nada que ver con nuestro destino eterno, pues, no
queremos que Cristo elija por nosotros en asuntos relacionados con el
cielo o el infierno, dijo. Es tan sencillo y fácil que cualquier hombre que
tenga una partícula de sentido común elegirá el cielo y cualquier persona
será lo suficientemente inteligente para evitar el infierno. No tenemos
ninguna necesidad de una inteligencia superior o de un Ser más grande
que elija el cielo o el infierno por nosotros. Eso se deja a nuestro libre albedrío
y se nos ha dado suficiente sabiduría y los medios que son suficientemente
correctos para juzgar por nosotros mismos.” Y por lo tanto,
como dedujo muy lógicamente, no hay ninguna necesidad ni que Jesucristo,
ni nadie más, elija por nosotros. Dijo que nosotros podíamos elegir
nuestra herencia por nosotros mismos sin ayuda de nadie. “Ah,” pensé,
“mi buen hermano, puede ser cierto que podamos, pero creo que necesitamos
algo más que sentido común antes que debamos elegir correctamente.”
En primer lugar, permítanme preguntar, ¿acaso no debemos admitir,
todos nosotros, una Providencia que gobierna todo y el decreto de la mano
de Jehová en relación a los medios por los que venimos a este mundo?

Esos hombres que piensan que, después, somos entregados a nuestro
propio libre albedrío para elegir que esto o lo otro dirija nuestros pasos,
deben admitir que nuestra entrada al mundo no fue por nuestra
propia voluntad, sino que Dios tuvo que elegir por nosotros en ese momento.
¿Cuáles eran esas circunstancias en poder nuestro que nos llevaron
a elegir a ciertas personas para que fueran nuestros padres? ¿Tuvimos
algo que ver con eso? ¿No fue el mismo Dios quien designó a nuestros
padres, el lugar de nuestro nacimiento y nuestros amigos?
¿No pudo Dios haber causado que yo naciera con la piel de un hotentote
(pueblo nómada que vive en Namibia), traído al mundo por una madre
sucia que me alimentaría en su “kraal” (choza redonda africana) y me
enseñaría a inclinarme ante dioses paganos, de la misma manera que me
pudo haber dado una madre piadosa, que cada mañana y cada noche se
pusiera de rodillas para orar por mí? O, ¿acaso no hubiera podido Dios,
si así lo hubiera querido, haberme dado a un libertino como padre, de
cuyos labios yo pude haber oído un lenguaje espantoso, sucio y obsceno?

¿No pudo haberme colocado donde yo hubiera tenido un padre borracho
que me habría recluido en un calabozo de ignorancia y me habría educado
en las cadenas del crimen? ¿Acaso no fue la Providencia de Dios la
que me dio la oportunidad feliz de que mis padres fueran Sus hijos y que
se esforzaran por educarme en el temor del Señor?

John Newton solía contar una fantástica historia y se reía de ella también,
acerca de una buena mujer que, con el objeto de demostrar la doctrina
de la elección, decía: “Ah, señor, Dios debe haberme amado antes
que yo naciera, pues de otra forma no podría haber visto nada en mí que
se pudiera amar después.” Estoy seguro que eso es cierto en mi caso. Yo
creo en la doctrina de la elección porque estoy absolutamente seguro que
si Dios no me hubiera elegido, yo nunca lo habría elegido a Él. Y estoy
seguro que Él me eligió antes que yo naciera, pues de otra forma Él nunca
me habría elegido después. Él debe haberme elegido por razones desconocidas
para mí, pues yo nunca podría encontrar alguna razón en mí
mismo que justifique la razón por qué Él me miró con un amor especial.

De tal manera que me veo forzado a aceptar esa grandiosa doctrina bíblica.
Recuerdo a un hermano arminiano que me decía que él había leído las
Escrituras más de veinte veces y no había encontrado en ellas la doctrina
de la elección. Añadió que las habría encontrado si hubieran estado allí,
pues él leía la Palabra estando de rodillas. Yo le dije: “yo creo que tú lees
la Biblia en una postura muy confortable y si la hubieras leído sentado
en tu butaca habrías tenido una mejor posibilidad de entenderla. Ciertamente
debes orar, y entre más ores mejor, pero hay una cierta superstición
involucrada en pensar que hay algo en la postura que el hombre
adopte para leer la Biblia. Y en cuanto a leer las Escrituras de manera
completa veinte veces sin haber encontrado nada acerca de la doctrina
de la elección, lo sorprendente hubiera sido que hubieras encontrado algo.

Tú debes haber galopado en tu lectura a tal velocidad, que hubiera
sido imposible que tuvieras una idea inteligible del significado de las Escrituras.”
Verdaderamente sería maravilloso ver un río que se alza sobre la tierra
con todo su pleno cauce, ¿qué sería contemplar un vasto manantial del
cual surgen espumeantes todos los ríos de la tierra, un millón de ellos
nacidos juntos? ¡Qué visión sería! ¿Quién pudiera concebirlo? Y sin embargo
el amor de Dios es esa fuente de la cual surgen todo los ríos de misericordia
que a lo largo de todos los tiempos han alegrado a nuestra raza;
todos los ríos de la Gracia en el tiempo aquí y en la gloria venidera.
¡Alma mía, ponte junto a esa fuente y adora y da grandeza, por toda la
eternidad, a Dios nuestro Padre que nos ha amado!

En el principio, cuando este grandioso universo permanecía en la
mente de Dios como los bosques por nacer están contenidos en la copa
de una bellota, mucho antes que los ecos despertaran a las soledades;
antes que las montañas fueran levantadas, mucho antes que la luz cruzara
como relámpago a través del cielo, Dios amó a Sus criaturas elegidas.
 Antes que hubiera algún ser creado, cuando el éter todavía no era
abanicado por el ala de un ángel, cuando no había absolutamente nada
excepto Dios que estaba sólo, aún entonces, en esa soledad de la Deidad
y en esa honda quietud y profundidad, Su corazón se movía con amor
hacia Sus elegidos. Sus nombres estaban escritos en Su corazón y ya entonces
eran muy queridos para Su alma. Jesús amó a Su pueblo antes
de la fundación del mundo, ¡ya desde la misma eternidad! Y cuando me
llamó por Su gracia, Él me dijo: “Con amor eterno te he amado; por tanto,
te prolongué mi misericordia.”

Y luego, en la plenitud del tiempo, Él me compró con Su sangre. Él dejó
que Su corazón se vaciara en una profunda herida abierta por mí mucho
antes que yo lo amara. Sí, cuando Él vino a mí por primera vez,
¿acaso yo no lo menosprecié? Cuando Él tocó a la puerta y solicitó entrar
¿no lo corrí y lo agravié a pesar de Su gracia? Ah, puedo recordar que
muy a menudo hice eso hasta que finalmente, por el poder de Su gracia
eficaz, Él dijo: “Debo entrar, voy a entrar.” Y luego Él cambió mi corazón
y me hizo amarlo. Pero hasta ahora yo lo habría resistido si no hubiera
sido por Su gracia.

Bien, puesto que Él me compró cuando yo estaba muerto en pecados,
¿no se deduce de eso, como una consecuencia necesaria y lógica que Él
tuvo que amarme primero? ¿Acaso mi Salvador murió por mí porque yo
creí en Él? No. En aquel entonces yo no existía. En aquel entonces yo no
tenía un ser. ¿Pudo entonces el Salvador haber muerto porque yo tenía
fe, cuando yo mismo no había nacido? ¿Pudo haber sido eso posible?
¿Pudo haber sido eso el origen del amor del Salvador por mí? ¡Oh, no! Mi
Salvador murió por mí mucho antes de que yo tuviera fe. “Pero,” dirá alguno,
“Él vio por anticipado que tú tendrías fe, por lo tanto Él te amó.”

¿Qué vio anticipadamente acerca de mi fe? ¿Vio anticipadamente que yo
obtendría esa fe por mí mismo y que yo creería en Él por mis propios
medios? No. Cristo no pudo ver eso anticipadamente, pues ningún cristiano
puede afirmar jamás que la fe vino espontáneamente sin el don y
sin la obra del Espíritu Santo. Me he reunido con un gran número de
creyentes y he hablado con ellos acerca de este asunto pero no he conocido
a ninguno que pudiera poner la mano sobre su corazón y decir: “Yo
creí en Jesús sin la ayuda del Espíritu Santo.”

Yo estoy atado a la doctrina de la depravación del corazón humano
porque me veo a mí mismo depravado en mi corazón y percibo pruebas
diarias que en mi carne no habita nada bueno. Si Dios entrara en un
pacto con el hombre caído, el hombre es una criatura tan insignificante
que tendría que ser un acto de condescendencia lleno de gracia de parte
del Señor. Pero si Dios entrara en un pacto con el hombre pecador, ese
pecador es una criatura tan ofensiva que tiene que ser un acto de Gracia
pura, libre, rica, y soberana de parte de Dios. Cuando el Señor entró en
un pacto conmigo, estoy seguro que fue solamente por Gracia, y solamente
por Gracia. Cuando recuerdo que mi corazón era una guarida de
bestias y aves inmundas y cuán terca era mi voluntad sin regenerar,
cuán obstinada y rebelde en contra de la soberanía del gobierno divino,
siempre me siento inclinado a tomar el lugar más humilde en la casa de
mi Padre y cuando entre al cielo será para ir con los más pequeños de los
santos y con los primeros de los pecadores.

El ya fallecido y lamentado señor Denham ha puesto al pie de su retrato
un texto muy admirable: “La salvación es de Jehová.” Eso es precisamente
un epítome (compendio de una obra extensa) del calvinismo; es
su resumen y sustancia. Si alguien me preguntara qué quiero decir
cuando hablo de un calvinista, yo respondería: “es alguien que afirma
que la salvación es de Jehová.” No puedo encontrar en la Escritura ninguna
otra doctrina fuera de esta. Es la esencia de la Biblia. “Él solamente
es mi roca y mi salvación.” Díganme cualquier cosa contraria a esta verdad
y será una herejía. Mencionen cualquier herejía y yo encontraré su
esencia aquí, que se ha apartado de esta verdad grandiosa, fundamental,
sólida como una roca, “Dios es mi roca y mi salvación.”
¿Cuál es la herejía de Roma sino añadir algo a los méritos perfectos de
Jesucristo; introducir las obras de la carne para que ayuden a nuestra
justificación? Y ¿cuál es la herejía del arminianismo sino añadir algo a la
obra del Redentor? Cada herejía, cuando es llevada a un examen riguroso,
se revelará como tal en este punto. Yo tengo mi propia opinión particular
que no hay tal cosa como predicar a Cristo y a Él crucificado, a
menos que prediquemos lo que hoy en día se llama la doctrina calvinista.

El calvinismo no es otra cosa que el Evangelio. No creo que podamos
predicar el Evangelio si no predicamos la justificación por la fe, sin
obras; ni a menos que prediquemos la soberanía de Dios en Su dispensación
de la Gracia; ni a menos que exaltemos el amor que elige y que no
se puede cambiar, eterno, inmutable y conquistador de Jehová.
Tampoco pienso que podamos predicar el Evangelio a menos que lo
basemos sobre la redención especial y particular de Su pueblo escogido y
elegido, que Cristo llevó a cabo en la cruz. Tampoco puedo comprender
un Evangelio que permite que los santos se aparten de manera definitiva
después de haber sido llamados y deja que los hijos de Dios se quemen
en los fuegos de la condenación después de haber creído una vez en Jesús.

Yo aborrezco un Evangelio así—
“Si alguna vez sucediera,
Que las ovejas de Cristo pudieran apostatar,
¡Ay, mi alma débil y voluble,
Se perdería mil veces cada día!”

Si un santo amado de Dios pudiera perecer, todos perecerían. Si uno
de los participantes del pacto se perdiera, todos se perderían. Y entonces
no hay ninguna promesa del Evangelio que sea verdadera, sino que la
Biblia es una mentira y no hay en ella nada digno de mi aceptación. Yo
me volvería un infiel de inmediato, si yo creyera que un santo de Dios
puede caer jamás de una manera permanente. Si Dios me ha amado una
vez, entonces Él me amará para siempre. Dios tiene una mente directora:
Él arregló todo en Su gigantesco intelecto mucho antes de hacerlo. Y
habiéndolo establecido una vez, nunca va a alterarlo, “Esto será hecho,”
dice Él y la mano de hierro del destino lo anota y sucede. “Este es mi
propósito,” y permanece; ni la tierra ni el infierno pueden alterarlo. “Este
es mi decreto,” dice Él, “promúlguenlo, ustedes santos ángeles. Arránquenlo
de la puerta del cielo, demonios, si pueden (pero ustedes no pueden
alterar el decreto), el cual permanecerá para siempre.”

Dios no altera sus planes. ¿Por qué habría de hacerlo? Él es Todopoderoso
y por tanto puede hacer lo que le plazca. ¿Por qué habría de alterarlos?
Él conoce todo y por tanto no puede errar en Sus planes. ¿Por
qué habría de cambiarlos? Él es el Dios eterno y por tanto no puede morir
antes de que Su plan se cumpla. ¿Por qué habría de cambiar? ¡Átomos
de la tierra sin valor, cosas efímeras de un día! Ustedes insectos que
se arrastran en esta hoja de laurel de la existencia, ustedes pueden cambiar
sus planes, pero Él nunca, nunca cambiará los Suyos. ¿Me ha dicho
Él que Su plan es salvarme? Si es así, yo estoy seguro para siempre—
“Mi nombre de las palmas de Sus manos
No podrá borrar la eternidad,
Grabado permanece en Su corazón,
Con las marcas de la Gracia indeleble.”

Yo no sé cómo se las arreglan algunas personas para ser felices cuando
creen que un cristiano puede caer de la gracia. Debe ser una cosa
muy loable en ellos poder sobrevivir cada día sin desesperar. Si yo no
creyera en la doctrina de la perseverancia final de los santos, yo pienso
que sería el más miserable de los hombres, pues no tendría ninguna base
de consuelo. No podría decir, independientemente de la condición de
mi corazón, que yo sería como una fuente de agua cuyo suministro no se
iba a acabar. Más bien debería hacer la comparación con una fuente intermitente
que se puede detener súbitamente, o un estanque acerca del
cual yo no podría estar seguro que siempre estará lleno. Yo creo que los
cristianos más felices y verdaderos son aquellos que no se atreven a dudar
de Dios nunca, sino que aceptan Su palabra de la manera tan sencilla
como es revelada y creen en ella y no hacen ninguna pregunta; simplemente
tienen la certeza que si Dios lo ha dicho, debe ser así.

Yo doy mi testimonio voluntariamente que yo no tengo ninguna razón,
ni siquiera la menor sombra de razón, para dudar de mi Señor y reto al
cielo y a la tierra y al infierno que traigan alguna prueba de que Dios dice
cosas falsas. Desde las profundidades del infierno llamo a los demonios y
de la tierra llamo a los creyentes afligidos y atribulados y también apelo
al cielo y reto a todo el ejército formado por quienes han sido lavados por
la sangre y en esas tres categorías no se podrá encontrar a nadie que
pueda dar testimonio en contra de la fidelidad de Dios o que debilite Su
demanda de que Sus siervos confíen en Él. Hay muchas cosas que pueden
ocurrir o no, pero yo sé que esto va a suceder—
“Él presentará mi alma,
Sin mancha y perfecta,
Ante la gloria de Su rostro,
Con gozos divinamente grandiosos.”

Todos los propósitos del hombre han sido derrotados, mas no así los
propósitos de Dios. Las promesas de los hombres pueden ser incumplidas
(muchas de ellas son hechas para romperse) pero todas las promesas
de Dios serán cumplidas. Él es un hacedor de promesas pero nunca ha
sido un incumplidor de promesas. Él es un Dios que guarda Sus promesas
y cada uno de los miembros de Su pueblo comprobará que así es.
Esta es mi confianza personal y agradecida, “Jehová cumplirá su propósito
en mí” en mí, que soy indigno, y estoy perdido y arruinado. Él sin
embargo me salvará. Y—

“Yo, en medio de la multitud lavada con la sangre,
Ondearé la palma y llevaré la corona,
Y seré un vencedor que grita de júbilo.”
Voy a un lugar que el arado de la tierra no ha removido nunca, que es
más verde que los mejores pastos verdes de la tierra y más fértil que las
más abundantes cosechas que se han visto aquí. Voy a un edificio de
una arquitectura más imponente que cualquiera construida por los
hombres (no es de diseño mortal) es “de Dios un edificio, una casa no
hecha de manos, eterna, en los cielos.” Todo lo que sabré y gozaré en el
cielo me será dado por el Señor y diré, cuando al fin me presente ante
Él—
“Toda la obra la coronará la Gracia
A través de días sin fin
Coloca en el cielo la última piedra,
Y merece toda la alabanza.”

Yo sé que hay personas que piensan que es necesario, para su sistema
de teología, limitar el mérito de la sangre de Jesús. Si mi sistema de teología
necesitara de una limitación así, yo la arrojaría a los vientos. Yo no
puedo, no me atrevo a permitir que ese pensamiento encuentre albergue
en mi mente. Parece un pariente cercano de la blasfemia. En la obra
consumada de Cristo yo veo un océano de mérito. Mi sonda no encuentra
fondo, mi ojo no puede avistar la costa. Debe haber suficiente eficacia en
la sangre de Cristo, si Dios así lo hubiera querido, para haber salvado no
sólo a todos en este mundo, sino a todos en diez mil mundos, si hubieran
transgredido la Ley de su Hacedor. Una vez que se introduce la infinitud
en este asunto y el concepto de límite queda eliminado. Teniendo
como ofrenda a una Divina Persona, no es consistente concebir un valor
limitado. Los límites y las medidas son términos inaplicables al sacrificio
divino.

La intención del propósito divino fija los límites de la aplicación de la
ofrenda infinita, pero no la cambia convirtiéndola en una obra finita.
Piensen en todas las personas sobre los que Dios ya ha derramado Su
gracia. Piensen en las incontables multitudes en el cielo; si fueran llevados
allí hoy, encontrarían que es más fácil contar las estrellas, o las arenas
del mar, que contar las multitudes que hay ante el Trono aun ahora.
Han venido del este y del oeste, del norte y del sur y están sentados con
Abraham y con Isaac y con Jacob en el Reino de Dios.

Además de los que están en el cielo, piensen en los salvos que están
en la tierra. ¡Bendito sea Dios, Sus elegidos en la tierra se cuentan por
millones! Creo que vienen días, días más brillantes que éstos, cuando
habrá multitudes sobre multitudes que serán llevadas a conocer al Salvador
y a gozarse en Él. El amor del Padre no es sólo para unos cuantos,
sino para una compañía sumamente grande. “Una gran multitud, la cual
nadie podía contar,” será reunida en el cielo. Un hombre puede calcular
cifras muy elevadas. Pongan a trabajar sus computadoras, las más poderosas
calculadoras y pueden hacer cálculos muy complicados. Pero sólo
Dios y Dios únicamente puede contar la multitud de Sus redimidos. Yo
creo que habrá más personas en el cielo que en el infierno. Si alguien me
preguntara por qué pienso así, yo respondería, porque Cristo, en todas
las cosas, “en todo tiene la preeminencia,” y yo no puedo concebir cómo
Él podría tener la preeminencia si hubiera más personas en los dominios
de Satanás que en el Paraíso. Además, yo no he leído en ninguna parte
que habrá una gran muchedumbre en el infierno que nadie puede contar.
Me produce mucho gozo saber que las almas de los infantes, tan pronto
como mueren, caminan rápidamente al Paraíso. ¡Piensa cuán grande
multitud de ellos hay! Luego, ya están en el cielo incontables millones de
los espíritus de hombres justos hechos perfectos, los redimidos de todas
naciones y tribus y pueblos y lenguas hasta este momento. Y vienen mejores
épocas, cuando la religión de Cristo será universal—
“Él reinará desde un polo hasta el otro,
Con dominio ilimitado,”
cuando reinos enteros se inclinen ante Él y naciones surgirán en un día
y en los mil años del grandioso estado del milenio habrá suficientes personas
salvas que compensarán todas las deficiencias de los miles de
años transcurridos anteriormente. Cristo será Señor en todas partes y
Su alabanza resonará en toda tierra. Cristo tendrá la preeminencia al final.
Su cortejo será mucho más largo que aquél que acompañará la carroza
del sombrío monarca del infierno.

Algunas personas aman la doctrina de la expiación universal porque
dicen: “Es tan hermosa. Es una idea maravillosa que Cristo haya muerto
por todos los hombres. Esta doctrina es adecuada,” dicen, “a los instintos
de la humanidad. Hay algo en ella lleno de gozo y belleza.” Admito
que lo hay, pero la belleza puede estar a menudo asociada con la falsedad.
Hay mucho que yo puedo admirar en la teoría de la redención universal
pero sólo voy a demostrar qué suposición está necesariamente involucrada
en ella. Si Cristo hubiera tenido en la cruz, la intención de salvar
a todos los hombres, eso quiere decir que Él pretendía salvar a esos
que estaban perdidos antes de Su muerte. Si la doctrina es verdadera
(que Él murió por todos los hombres) entonces Él murió por algunos que
estaban en el infierno antes que Él viniera a este mundo, pues sin duda
ya había entonces millones de millones allí que habían sido arrojados a
ese lugar por sus pecados.

Va de nuevo, si hubiera sido la intención de Cristo salvar a todos los
hombres, cuán deplorablemente Él ha sido decepcionado, pues tenemos
Su propio testimonio que hay un lago que arde con fuego y azufre y a ese
abismo de dolor han sido arrojadas algunas de las mismas personas que,
según la teoría de la redención universal, fueron compradas con Su sangre.
Esa concepción me parece a mí, mil veces más repulsiva que cualquiera
de esas consecuencias que se dicen asociadas con la doctrina calvinista
y cristiana de la redención particular. Pensar que mi Salvador
murió por hombres que estaban o que están en el infierno, parece ser
una suposición demasiado horrible para que yo la considere. Imaginar
por un instante que Él fue el Sustituto de todos los hijos de los hombres
y que Dios, habiendo castigado primero al Sustituto, después castigó a
los propios pecadores, parece estar en conflicto con todas mis ideas acerca
de la justicia divina.

Que Cristo hubiera tenido que sufrir una expiación y dar una satisfacción
por los pecados de todos los hombres, y que luego algunos de esos
mismos hombres tuvieran que ser castigados por los pecados que Cristo
ya había expiado, me parece que es la iniquidad más monstruosa que
pudo haber sido imputada jamás a Saturno, a Jano, a la diosa de los ladrones,
o las más diabólicas deidades paganas. ¡Dios no permita que alguna
vez pensemos eso de Jehová, el Justo y Sabio y Bueno!
No hay ninguna alma viviente que sostenga más firmemente las doctrinas
de la Gracia que yo y si alguien me preguntara si me da vergüenza
que me llamen calvinista, yo respondo: no quiero que me llamen de ninguna
otra manera que cristiano. Pero si me preguntan ¿sostienes tú las
perspectivas doctrinales que sostuvo Calvino? Yo replico que en general
las sostengo y me alegra confesarlo. Pero lejos está de mí ni siquiera
imaginar que Sión no contiene dentro de sus murallas a nadie que no
sea un cristiano calvinista, o que nadie que no comparta nuestro punto
de vista, es salvo. Se han dicho las cosas más atroces acerca del carácter
y de la condición espiritual de Juan Wesley, el príncipe moderno de los
arminianos.

En relación a él yo sólo puedo decir que si bien es cierto que detesto
muchas de las doctrinas que él predicó, sin embargo por el hombre en sí
tengo una reverencia que nada tiene que pedir a sus seguidores. Y si se
necesitara agregar dos apóstoles al número de los doce, no creo que se
puedan encontrar dos hombres más idóneos que Jorge Whitefield y Juan
Wesley.
El carácter de Juan Wesley está más allá de toda crítica en cuanto a
su abnegación, celo, santidad y comunión con Dios. Él vivió muy por encima
del nivel ordinario de los cristianos comunes y fue alguien “del cual
el mundo no era digno.” Creo que hay multitudes de hombres que no
pueden ver estas verdades del calvinismo, o, por lo menos, no pueden
verlas de la manera que las presentamos, y que sin embargo, han recibido
a Cristo como su Salvador y son tan amados por el corazón del Dios
de la gracia como el calvinista más ortodoxo en el cielo o fuera del él.

No creo que difiero con ninguno de mis hermanos hipar-calvinistas en
relación a lo que creo, pero tengo diferencias con ellos en relación a lo
que ellos no creen. Yo no sostengo nada menos de lo que ellos sostienen,
pero sí sostengo más que ellos y pienso que un poco más de la verdad
revelada en las Escrituras. No sólo hay unas pocas doctrinas cardinales
con las cuales podemos conducir nuestro barco hacia el norte, hacia el
sur, este u oeste, pero conforme estudiamos la Palabra comenzamos a
aprender algo acerca del noroeste y del noreste y todo lo demás que está
entre los cuatro puntos cardinales. El sistema de la verdad revelada en
las Escrituras no es simplemente una línea recta, sino dos. Ningún hombre
alcanzará una perspectiva correcta del Evangelio hasta que sepa cómo
ver esas dos líneas simultáneamente.

Por ejemplo, yo leo en un libro de la Biblia, “Y el Espíritu y la Esposa
dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que
quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.” Sin embargo, otra parte
del inspirado Libro me enseña que “no depende del que quiere, ni del que
corre, sino de Dios que tiene misericordia.” Veo en un lugar a Dios presidiendo
en misericordia sobre todas las cosas y sin embargo no puedo evitar
ver que el hombre actúa como se le da la gana y que Dios ha dejado
sus acciones, en gran medida, a su propio libre albedrío. Ahora, si yo declarara
que el hombre es tan libre de actuar que no hay control de Dios
sobre sus acciones, yo me estaría acercando peligrosamente al ateísmo.
Pero, si por otro lado yo declarara que Dios gobierna de tal manera
sobre todas las cosas que el hombre no es lo suficientemente libre para
ser responsable, me estaría aproximando casi simultáneamente al antinomianismo
o al fatalismo. Que Dios predestina y que sin embargo el
hombre es responsable, son dos hechos que muy pocos pueden ver claramente.
Se cree que ambos términos son inconsistentes y contradictorios
entre sí. Si luego yo encuentro que la Biblia enseña en una parte que
todo ha sido ordenado previamente, eso es verdad. Y si encuentro, en
otra parte de la Escritura, que el hombre es responsable por todas sus
acciones, eso también es verdad. Es únicamente mi insensatez la que me
lleva a imaginar que estas dos verdades se pueden contradecir mutuamente
alguna vez. Yo no creo que esas doctrinas puedan ser ligadas alguna
vez para hacerlas una sola sobre algún yunque terrenal; pero ciertamente
serán una sola doctrina en la eternidad. Hay dos líneas que son
casi tan paralelas que la mente humana que las sigue hasta el punto
más lejano nunca descubrirá que convergen. Pero ciertamente convergen
y se encontrarán en un punto en la eternidad, cerca del trono de Dios, de
donde surgen todas Sus verdades.

A menudo se afirma que las doctrinas que creemos tienden a llevarnos
al pecado. He oído que se afirma de la manera más categórica que esas
doctrinas elevadas que nosotros amamos y que nosotros encontramos en
las Escrituras, son doctrinas licenciosas. Yo no sé quién tendrá la dureza
de hacer esa afirmación cuando ellos pueden ver que los hombres más
santos han sido creyentes de esas doctrinas. Yo le pregunto a quien se

atreve a decir que el calvinismo es una religión licenciosa, ¿qué piensa
del carácter de Agustín, o de Calvino, o de Whitefield, que en épocas sucesivas
fueron los grandes exponentes del sistema de la gracia? O ¿qué
dirá de los puritanos, cuyos escritos están llenos de esas doctrinas?

Si alguien hubiera sido un arminiano en aquellos días hubiera sido
considerado el más vil hereje viviente. Pero ahora se nos mira como a
herejes y ellos son considerados ortodoxos. Hemos regresado a la vieja
escuela. Podemos identificar nuestra ascendencia hasta los apóstoles. Es
esa vena de gracia inmerecida que corre a través del cuerpo de sermones
de los bautistas, la que nos ha salvado como denominación. Si no hubiera
sido por eso, no estaríamos donde nos encontramos hoy. Podemos extender
una línea dorada hasta el propio Jesucristo a través de una santa
sucesión de poderosos padres, y todos ellos sostuvieron estas gloriosas
doctrinas. Y podríamos preguntar en relación a ellos: “¿Dónde encontrarías
hombres más santos y mejores en todo el mundo?” Ninguna doctrina
está tan calculada para preservar al hombre del pecado como la doctrina
de la Gracia de Dios. Quienes la han llamado “una doctrina licenciosa”
no han sabido absolutamente nada acerca de ella.

Pobres criaturas ignorantes, muy poco comprendían que su propio
material que es muy vil, es la doctrina más licenciosa bajo el cielo. Si conocieran
la gracia de Dios en verdad, pronto verían que no hay nada que
preserve de la mentira como el conocimiento que somos elegidos de Dios
desde la fundación del mundo. No hay nada como la creencia en mi perseverancia
final y en la inmutabilidad del afecto de mi Padre que me
puede mantener cerca de Él por medio de un motivo de simple gratitud.
Nada hace a un hombre más virtuoso que la creencia en la verdad de
Dios. Una doctrina llena de mentiras pronto engendrará una práctica
llena de mentiras. Un hombre no puede tener una creencia errónea sin
tener cada día una vida llena de errores. Yo creo que una cosa engendra
naturalmente a la otra. De todos los hombres, aquellos que tienen la piedad
más desinteresada, la más sublime reverencia, y la devoción más ardiente,
son los que creen que han sido salvos por Gracia, sin mediar
obras, por medio de la fe y eso no de ellos, pues es un don de Dios. Los
cristianos deberían de prestar atención y ver que siempre es así, para
que de ninguna manera Cristo sea crucificado de nuevo para ellos mismos
y no sea expuesto a vituperio.

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