viernes, 11 de enero de 2013

LA DEPRAVACIÓN TOTAL DEL HOMBRE


“El proceder de la mujer adúltera es así: Come, y limpia su boca, y dice: No he hecho maldad” (Prov. 30: 20)

© Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey, Madrid, España.
Agosto 2012

ENTENDIENDO SOBRE LA DEPRAVACIÓN TOTAL Y LA DEPRAVACIÓN ABSOLUTA

Tal es el corazón, tal es el hombre

El Salmo 14: 2, 3, no puede ser más explícito: “Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”.
Este mismo pasaje tan revelador lo cita el apóstol Pablo, ampliándolo, el cual declara exactamente lo mismo que venimos diciendo, que no hay ningún ser humano que por sí mismo busque o tenga la posibilidad de buscar a Dios por causa de su naturaleza pecaminosa y su consecuencia. (Ro. 3: 9-19)
Leemos Jeremías 17: 5, 9 “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová…Engañoso es el corazón más que todas las cosas y perverso; ¿quién lo conocerá?”.
Difícilmente se podría expresar de manera más clara el pensamiento de Dios respecto del hombre caído y degenerado.
Tal y como es el corazón del hombre, el hombre es: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”(Prov. 23: 7). El corazón del hombre define cómo es el hombre, y si la Palabra dice que ese corazón es engañoso y perverso, pues es claro cómo es el hombre por sí mismo, y en sí mismo.
Leemos Juan 3: 6 “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Esta escritura es muy explícita en cuanto a la realidad del hombre natural, es decir, del hombre sin Dios, y la del hombre nacido de Dios: entes distintos. Lo que es nacido de la carne, es el hombre natural, el cual es eso, carne, y estas palabras de Jesús explican el hecho de que la corrupción es inherente en la naturaleza humana. Por el contrario, el hombre que ha nacido de nuevo, (Jn. 3: 3), sólo ese tiene la posibilidad de ver el reino de Dios, por haberse producido una completa renovación, operada por el Espíritu Santo, aún y a pesar de no ser perfecto (ver Ro. 7: 7ss).
Por causa de su libre elección de apartase de Dios, Adán quedó sujeto a otro amo, a Satanás. Por ello, como dijimos arriba, el hombre sin Cristo funciona de acorde al espíritu que opera en los hijos de desobediencia: el hombre es esencialmente rebelde a Dios, constituyéndose enemigo de Dios.
La Biblia es clara en cuanto a que toda la raza humana se ha depravado y está depravada per se. Los que no pueden aceptar esto, seguramente es porque no han entendido lo que significa el estado de depravación. Paso a describirlo.

La depravación total humana

Con el pecado original, la muerte entró en este mundo, tanto la muerte física, como la muerte espiritual. Esa segunda muerte entró en el mismo instante en que el hombre pecó por primera vez (Gn. 2: 17). La muerte espiritual tiene relación con la naturaleza de pecado que se trasmite. Dicha naturaleza se manifiesta de dos maneras: inclinación al mal, que es la que generalmente sirve para identificarla; y la depravación, que es la inhabilidad para hacer aquella clase de bien que puede agradar a Dios (2).
Si buscamos el definir mejor lo que es la muerte espiritual de la que venimos hablando, pues diremos que es: LA SEPARACIÓN ENTRE DIOS Y EL HOMBRE. Esa separación en lo espiritual fue total, de ahí la inhabilidad del hombre de siquiera ser consciente del Espíritu de Dios. El hombre pasó a ser un ser ajeno a Dios (no por Dios, sino por el hombre, por su pecado) - Ef. 4: 18 “…ajenos de la vida de Dios…”.
Escribe Lewis S. Chafer:
“La muerte espiritual y la naturaleza de pecado son, pues, semejantes, en el sentido de que cada una manifiesta una vida de separación del conocimiento de Dios, de su vida, de su poder y de los beneficios de su gracia. La muerte espiritual es un estado. La naturaleza de pecado es el intento que hace el hombre caído de vivir en ese estado” (3)
Así pues la naturaleza pecaminosa prescribe al hombre el vivir en muerte, y esta, muerte eterna. De ahí que la condenación es implícita en esa naturaleza.

La depravación total y la absoluta

La depravación o corrupción de la naturaleza humana, es total. Cuando decimos que es “total”, no decimos que es “absoluta”. “Total” es en el sentido de que abarca la totalidad del ser humano: cuerpo, alma y espíritu. “Absoluta”, significa que es “total”, pero además que alcanza y desciende a toda la profundidad del mal y que es asimismo  irreversible; esta última es la propia de Satanás.
La Biblia enseña que el hombre está inclinado hacia el mal, y eso de forma continua. En Génesis 6: 5, leemos: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”.
En Adán comenzó la nueva y maldita inclinación pecaminosa; esta inclinación, desalojó completamente a la anterior inclinación, que era implícitamente santa. La depravación llegó como consecuencia del pecado original, sin quedar siquiera reminiscencia de la justicia original. Por ello, en el hombre natural, a pesar de su conciencia, no hay lucha alguna entre el pecado y la santidad, también por el hecho de que, el hombre natural no busca la santidad porque no conoce a Dios, ni desea conocerle. Cosa diferente es en el hombre espiritual, en el cual dicha lucha sí existe “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne…” (Gl. 5: 17).

El conflicto interior del salvo; la auto complacencia del perdido

El conflicto entre la santidad y el pecado sólo existe en el hombre regenerado, no fuera de él, tal y como tan dramáticamente nos lo hace saber el mismo apóstol Pablo (ver Ro. 7: 7-25). El hombre natural no tiene en realidad tal conflicto; él vive en su auto complacencia, en su teatral autosuficiencia.
Insistimos aquí cuando de este modo calificamos al hombre natural, que es él sin previa iluminación de lo Alto.
Así como la regeneración, es entre otras cosas, la restauración de la voluntad humana (cosa que el impío tiene espiritualmente atrofiada) con vestigios del pecado original y sus consecuencias (de ahí la lucha), la total depravación no significa tampoco el más alto grado de intensidad del pecado (cosa que le atañe completamente al diablo), sino la ausencia de santidad.
Dicho de otro modo en cuanto a esto último, la depravación total asumida al hombre natural, no es la maldad absoluta propia del diablo, sino la ausencia de la santidad, y como consecuencia, la ausencia de un amor genuino a Dios. El hombre natural no puede amar a quien no conoce, en este caso, a Dios.

La soledad de muerte del impío

“…la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12: 14). Esta escritura nos describe perfectamente el estado de separación absoluta del hombre respecto a Dios. Esa santidad requerida para que el hombre pueda ver al Señor o pueda clamar a Él, sólo la puede dar Dios en Cristo, de ahí que para el hombre natural por sí mismo, le sea imposible poder llegar a Dios, siquiera para pedir auxilio para salvación.
Hasta aquel que fue sanado por Cristo entendía eso: “Y sabemos que Dios no oye a los pecadores…” (Juan 9: 31)
El hombre natural es ajeno a Dios, y lo es porque nada tiene que ver con el Santo Espíritu de Dios, ni tampoco lo puede anhelar ni desear. No le nace, no está en él.

“el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce…” (Juan 14: 17)
El hombre está muerto en sus pecados, imposibilitado de volver a la vida por sus propios medios, a menos que Dios le resucite de su estado de muerte espiritual. En cambio, cuando se enseña que tanto Dios como el hombre, independientemente de la proporción, intervienen dentro de la obra de salvación, tal creencia y enseñanza es herejía, y lo es, porque convertiría al hombre en un co-redentor de su propia alma, lo cual no sólo es absurdo, sino que es completamente herético. Nadie puede, en modo alguno, levantarse como co-redentor de sí mismo.

La amplitud de la naturaleza de perdición

Los hombres están perdidos, no sólo por sus pecados personales, sino en primer lugar por causa de su naturaleza. La Biblia nos enseña que los hombres son “por naturaleza hijos de ira” (Ef. 2: 3), y esto es constitutivo de algo mucho más grave y profundo que los pecados personales de cada uno de ellos. Esa naturaleza de perdición, nos dirige en una dirección clave para entenderla, y se subscribe a las propias palabras de Jesús cuando dirigiéndose a aquellos judíos les dice: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Jn. 8: 44). Esa paternidad es netamente espiritual, e indica pertenencia y obra.
Los hijos del diablo son los que le pertenecen, entre otras cosas, porque tienen la misma naturaleza de pecaminosidad, a diferencia que, en el caso del diablo esa naturaleza de depravación es más que total, es absoluta, como hemos apuntado.
Muchas escrituras como las siguientes (Gn. 6: 5; Job 14: 4; 15: 14; S. 51: 5; Ec. 7: 20, 29; Is. 1: 4-6; Mr. 7: 15, 20-23; Ro. 3: 9-18; Gl. 5: 19-21, etc. etc.) nos hablan constantemente de la maldad inamovible del hombre, de la imposibilidad de que pueda zafarse y limpiarse del pecado, de que así nació, y así de su madre; de que la maldad surge del mismo corazón del hombre; de que lo habitual en el hombre es la práctica del pecado, etc. etc. En toda la Escritura esa es una norma sin excepción.
Todo ello es debido a esa naturaleza de maldad que no sólo cubre la faz del rostro humano, sino que está en su mismo corazón (Mr. 7: 15, 20-23), con la cual se identifica, y hasta se alegra. Esa naturaleza pecaminosa y su fruto, es lo que ha matado el hombre interior del hombre (Ef. 2: 5). Es por eso que un cadáver espiritual, ni puede vivir por sí mismo (lo cual sería un contrasentido), ni puede pedir el vivir, (lo cual también lo sería).

© Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey, Madrid, España.
Agosto 2012




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